SEGÚN me dice una de mis hijas, que tiene un master sobre el uso de los medios audiovisuales en los métodos pedagógicos, el aprendizaje de la lectura y de la escritura no ha cambiado mucho y, desde luego, nada en sus fundamentos. Yo aprendí a hacerlo en el colegio palmero de La Palmita, con la Madre Agustina, que también había enseñado a mi padre. En realidad, quien debió hacerlo era la Madre Rosa, con muchos menos años que los más de 80 que tenía la anterior. Pero con la más joven de las dos supe lo que duele un pellizco de monja, que me los daba de vez en cuando, si hacía mal mis tareas. Así que yo prefería refugiarme en la anciana Madre Agustina, que, haciéndome cuentos de mi padre, me enseñó sin darme cuenta.

Recuerdo con detalle mis primeros días de parvulito, enfrentado a una libreta de papel de muy mejorable calidad y mis lápices y creyones de colores. A mi temprana edad, ya era el amarillo mi color favorito. Debe de ser por eso que andando los años, acaso por no reparar en que yo era palmero, una vez me llamaron traidor a Tenerife. Ahora, a decir verdad, me gustan el azul, el amarillo y el rojo, aunque el color blanco nieve no tenga parangón. Blanco era el traje de almirante con el que hice la primera comunión y blanco sigue siendo el traje de las novias, aunque esto, la verdad, se vea ahora menos.

Los primeros días de parvulito me enseñaron a hacer palotes, ¡hojas y hojas llenas de palotes!, hasta que Madre Agustina me dijo que aprendía más aprisa que mi padre y pasé pronto a la siguiente lección, que consistía en aprender las vocales. La o redondita como una ruedita; la i con el puntito encima; la a como la o, con un rabito… ¡qué maravilla, cuando lo rememoro ahora…! Aprendí tan rápidamente que pronto abandoné aquel colegio, que en realidad era un colegio de monjas para niñas, y me matricularon en la Academia Pérez Galdós, en la que fui muy afortunado porque todavía recuerdo a todos mis maestros y profesores: a don Julián, a don Andrés de las Casas, don Juan y Dª Manola Fierro… A los 9 años, ¡cosas de La Palma!, dijeron a mis padres que estaba preparado para hacer el examen de ingreso en el Bachillerato, pero como eso no estaba legalmente permitido, comencé a estudiar el primer curso en aquel año de 1952 y cuando llegó junio me llevaron al instituto, donde me examiné primero del Ingreso y después del Primer Curso. ¡Cosas de La Palma...! Al llegar al 4º Curso hice la Reválida, que me graduó con el título de Bachiller Elemental, que tengo colgado por aquí como un grato recuerdo… Acabo de volver a mirarlo ahora; está fechado en 1956 y firmado por don Jorge Coderch y por Martín Cigala, secretario y director respectivamente, del Instituto de Enseñanza Media de la capital palmera.

Y entonces me surgió el primer conflicto que recuerdo haber tenido en mi vida. Para matricularse en 5º año de Bachillerato la legislación obligaba a elegir entre Ciencias y Letras. ¡Qué problema! Me gustaban las dos ramas. Tenía preferencia por la Geografía, por la Historia, por la Lengua y la Literatura, pero también por la Física y ya sentía inclinación por la Electrónica. De manera que, ¡cosas de La Palma…!, me matricularon en ambas ramas y al graduarme como Bachiller Superior lo hice en Ciencias y en Letras.

Así que, queridos lectores, me comprenderán si digo que entiendo bien y no critico a los próceres de nuestra patria canaria cuando decidieron dedicar a un físico como don Blas Cabrera y Felipe el Día de las Letras Canarias. Debo añadir que, como es bien conocido, para mí la patria chica importa tanto como la patria grande, dicho en el sentido más galdosiano del concepto de la patria. Pero, la verdad, ignoro si los 60 próceres del Parlamento de Canarias tienen la misma experiencia que yo me he permitido recordar hoy con ustedes…Primero, los palotes; luego la o, redondita como una ruedita; la i con el puntito encima y la a como una o, pero con rabito.