DICEN algunos que la estadística consiste esencialmente en que si un señor se come un pollo y otro se queda en ayunas, ambos se han comido medio pollo. Sobra añadir que eso lo dicen los que no conocen las entrañas de la estadística; los que han oído campanas pero ignoran donde. Porque al final, volviendo a esa ingente sabiduría popular recogida en los refranes, todos cuentan la feria según les ha ido; o según conviene a sus intereses.

Con frecuencia le oí decir a un científico ilustre -aunque no un ilustre científico- que de una serie de números ordenados con apariencia de estudios estadísticos serios y formales se puede obtener la conclusión que quiera cada cual; o, de nuevo, la que más le convenga al estudioso. De hecho, autores con profundos conocimientos académicos han desvelado durante los últimos años algunos errores cometidos por sesudos investigadores de gran renombre mundial. El error es admisible, pues quien hace cosas a veces se equivoca (el único que jamás yerra es el que jamás hace nada; es decir, el gandul integral). El error sí, pero el fraude, no. Y muchos de esos errores realmente fueron descarados fraudes en su tiempo.

¿Qué decir, en este contexto, del debate nuclear a raíz de las fugas de radiación en la central de Fukushima? Para algunos está claro: una nueva tregua -o moratoria- en la implantación de esta fuente de energía, semejante a la que se produjo tras los accidentes de la central de la Isla de las Tres Millas en 1979 y de Chernobil en 1986. Una posibilidad, u oportunidad, que no van a dejar pasar los ecologistas militantes. Muchos se están frotando las manos y aplaudiendo hasta con las orejas en este momento.

No seré yo, desde luego que no, quien se ponga a defender la opción nuclear. Ni ahora, ni antes, ni nunca. Tan sólo me gustaría que por una vez se utilice la estadística para algo más que asignarle medio pollo a quien no se ha comido ninguno. Porque, puestos a contabilizar los muertos por catástrofes nucleares -la citada de Chernobil ha sido la única significativa en cuanto a elevadas pérdidas de vidas humanas- y el número de personas que fallecen cada año en las carreteras de todo el mundo, la diferencia resulta abismal en contra del transporte privado. Sin embargo, nadie cuestiona una moratoria automovilística. Hay riesgos que, simplemente, asumimos. Empezando por la posibilidad de que nos caiga encima la maceta de los geranios que la doña siempre ha tenido en el balcón o, sin ir más lejos, una teja del tejado del vecino. Sobra recordar, por añadidura, cómo nos ponemos cuando nos quedamos sin luz en casa un par de horas. Algunos tinerfeños, sin ir más lejos, saben por experiencia propia lo que supone estar varios días a oscuras tras el paso de una tormenta tropical, subtropical o lo que finalmente fuese. Experiencia, dicho sea de paso, que no les gustaría repetir.

Es una pena que estos razonamientos sensatos sobre la conveniencia, o no, de la energía nuclear no vayan a producirse en ningún país civilizado, y mucho menos en España. Aquí, y también en otros pagos -no todo lo malo es propio, ni todo lo propio malo-, lo que importa es ganar el partido con el equipo que cada cual ha elegido o que alguien le ha elegido; nada más.