SI ES lo que digo en cuanto a las mutaciones tan tremendas en la personalidad del equipo. Con el CD Numancia de Soria jugamos mal hasta avanzada la segunda parte, en la que se detecta, como esperanza para salvarnos, una voluntad renovada por encima de la del rival. Eso mismo, pero en todo el partido, es lo que hay que pedir. Hasta ahí fallones como siempre; la sosedad de las acciones individuales sin continuidad marca una vulnerabilidad que, apuntalada por la muy escasa participación de la Diosa Fortuna, nos coloca como pobres diablos, cuando en mi opinión no lo somos. Hay que salir de esta; la gesta de esta temporada será escapar, y para escapar hay que pelear.

El primer gol es consecuencia de una falta que no fue ni falta ni nada y que, lanzada previsible y magistralmente con su correspondiente rosca, nos hundió en la miseria. ¿Por qué? La falta de convicción y el miedo configuran un saldo de acciones sin orden ni concierto en el que, como muestra, se tira desde lejos a tontas y a locas. Con lo que ya después, como los gorilas perdidos en la niebla, no encontramos la serenidad, siendo muy difícil así mantener la concentración y hacer pupa. No señor; podemos virar las tortillas; no confiamos ni un pelo en nosotros mismos cuando supongo que habrá que hacerlo alguna vez, porque si no seguiremos embobados viendo cómo se pierde una categoría que, como mínimo, es por el conjunto merecida. Estamos en posición y resultados, y a las pruebas me remito, igual que con Arconada o con Mandía; nada ha cambiado, colega.

En estos momentos creo que más o menos todos estamos de acuerdo en que los tres fichajes desconocidos que hicimos tienen sitio en el once titular; ojo al dato. Igor realizó unas cuantas habilitaciones en el área chica que pudieron ser aprovechadas por los compañeros, porque quizás es algo de lo que carecíamos; Durbabier es un cañero con marcha, y Kitoko -"Notokes, ¿Paketokas?"- completó un aceptable papel salvo en ese penalti en el que Melero López no estableció ninguna equivalencia con la manita de Culebras al final del encuentro. Arbitrucho y desgraciaditos que somos. Uno que para mí tiene que estar por fuerza es Omar; ya después creo en Sicilia, en Ricardo, en Mikel, y no sigo porque al final puedo sacar a catorce o a ninguno.

Aun así, gracias a las brechas de Aragoneses podíamos haber quedado perfectamente 2-2, porque acuérdense de las varias oportunidades. Una en concreto de Natalio, que, como Nino, tiene menos suerte que el coyote, en aquellos dibujos animados del correcaminos esprintando continuamente, bip, bip..., y haciendo que el pobre animal se estampara una y otra vez con la pared. Qué pena me daba.

Las trampas del coyote funcionaban, pero con él mismo. Los artilugios que colocaba al paso del veloz pajarraco se activaban cuando pasaba el pringado muerto de hambre. Sus caídas en barranqueras o sobre acantilados producían nubes de polvo cuando no se planchaba en panzada contra el suelo, con un efecto sonoro que iba desde un estampido seco hasta una explosión o una bocanada de suciedad. El coyote era arrollado continuamente por guaguas, camiones o trenes en los que se tiraba de forma suicida al paso confundiendo la pita con el "bip-bip". Se quejaba de sus ganas de comer, lo que causaba que con frecuencia se precipitara al vacío antes de tiempo cuando ya se había esfumado el avechucho, rompiéndose entonces brutalmente el coco en la cortina de polvo que salía desde el punto de partida. Hay una escena de un túnel pintado en un muro que el pájaro utiliza como si de la Tres de Mayo se tratara, con un tremendo roperazo para el "canis latrans" que lo persigue. Algunas veces también sale atropellado por coches privados que aparecen desde fuera de las escenas pintadas; el coyote es un matado, alma de Dios, que corre hacia el dibujo (viendo que el correcaminos lo ha hecho) y percute escandalosamente contra la dureza de la vertical. También podía caerle tranquilamente una enorme piedra encima. Cuando el "tormo" ya estaba cerca del indefenso coyote, este, muchas veces resignado, sacaba un pequeño paraguas. En una ocasión lo vi intentando una escaramuza para engañar con un cartelito, pero el correcaminos lo machaca y ante su sorpresa trae otro cartelito: los correcaminos no sabemos leer.

Pues igual el Tete.