HASTA ayer por la mañana no había leído nada de Salvador Sostres. Tenía referencia de algunos de sus polémicos artículos, pero hasta ahí. Parece que ahora, con la última de estas creaciones suyas, además de traspasar los límites de lo políticamente admisible, ha incurrido en lo penalmente perseguible. Para quienes todavía no sepan de qué va el asunto, el señor Sostres calificó de "chico normal" a un joven de 21 años que ha matado a su novia de 19, que estaba embarazada, cuando la chica le dijo que lo iba a dejar y que el niño que esperaba no era suyo. Sostres repite hasta la saciedad que reprueba esta conducta. "Ni puedo justificar ni justifico un asesinato, ni cualquier forma de maltrato tenga consecuencias más leves o más graves", escribe el autor en el artículo del aspaviento general. "No pienso que haya causas morales que puedan justificar matar a alguien". Añade más adelante "que la justicia dicte su sentencia y que sea tan severa como tenga que ser. Ante un asesinato no hay causas morales".

Si esto no es condenar un crimen, que alguien me diga lo que es condenar un crimen. ¿Por qué, entonces, esa lapidación general contra el columnista? Sencillamente por decir que el autor del crimen es un chico normal y no un monstruo. El monstruo, esto lo añado por mi cuenta, que quiere ver en él una sociedad mediática alimentada con la telebasura más morbosa y soez que se puede concebir. "Digo que a este chico le están presentando como un monstruo y no es verdad", señala Sostres. "No es un monstruo. Es un chico normal que se rompió por donde todos podríamos rompernos".

Dos o tres frases como estas han puesto a Sostres camino del cadalso; al menos del mediático. Ciertamente jamás puede ser normal matar por un asunto afectivo. El autor del crimen puede ser hasta ese momento una persona normal, pero deja de serlo cuando pierde el control. En ese aspecto, el artículo de Sostres es inaceptable. Ya dictaminarán los jueces si estamos ante un caso de apología de la violencia machista, como señala un sindicato comunistoide, o tan sólo ante una opinión reprobable pero no penalmente punible.

Ahora bien, ¿no resulta igualmente inaceptable que medio año después de que una joven llamada Kristine Zaikova presentase una querella criminal, aportando pruebas, contra el que luego sería su asesino -el ciudadano letón Maris Meiers- ante el Juzgado de violencia contra la mujer de Arona, dicho juzgado ni siquiera hubiese entrado a valorar el caso? ¿De qué país y de qué apologías estamos hablando? Por si fuera poco, o acaso para completar el esperpento, desde el juzgado se le notificó a Kristine que su denuncia había sido admitida cuando ya estaba muerta. Eso por no hablar de la niña Mari Luz Cortés, asesinada por un individuo previamente condenado por otro caso, que no estaba en la cárcel porque no se había ejecutado la sentencia. ¿Cómo calificamos los asuntos de este tipo?

Bien está que le den un cogotazo de oficio a Sostres si lo merece, pero de ahí a convertirlo en la cabeza de turco del maltrato nacional por culpa de un artículo -y por muy inoportuno que sea ese artículo- media una gran distancia, aunque el feminismo andante, rampante y ramplón, siempre dispuesto a sacar tajada de todo, ande estos días con el grito puesto en el cielo. No seamos tan hipócritas.