Me pregunta un lector por qué no acaban los españoles con el terrorismo de ETA al igual que liquidaron los alemanes a la banda Baader-Meinhof y los italianos a las Brigadas Rojas. Añade que los teutones tuvieron suficiente mano izquierda para finiquitar a los terroristas que estaban en la cárcel. Se refiere al caso de Ulrike Meinhof, encontrada ahorcada en su celda en mayo de 1976, así como al fallecimiento de otros cuatro activistas del mismo grupo, todos ellos recluidos en cárceles de máxima seguridad de la República Federal: Jean Carl Raspe, Andreas Baader y Gudrun Ensslin. Los dos primeros aparecieron con un tiro en la cabeza mientras que Gudrun se ahorcó en su celda, al igual que supuestamente lo había hecho Ulrike un año antes. El hecho de que la muerte de estos tres últimos terroristas se produjera horas después del rescate del avión secuestrado en Mogadiscio, realizado por policías alemanes, dio mucho que hablar sobre posibles asesinatos de Estado. Siempre me pareció muy difícil que alguien, sometido a la máxima vigilancia en un centro igualmente de máxima seguridad, lograra hacerse con una pistola y pegarse un tiro sin otro motivo que sembrar la duda sobre la actuación de las autoridades germanas. Una vez le pregunté a un alemán sobre este asunto. "Oh, sí; claro que se suicidaron. Lo dijo el Gobierno". Esa fue su crédula respuesta.

Con respecto a Italia y a sus Brigadas cabe decir, eso es obvio, que allí se ha acabado con el terrorismo político pero no con el común; la Mafia y la Camorra siguen vivas pese a las numerosa detenciones de los últimos años. Mussolini había resuelto el problema. Durante una visita a un pueblo siciliano, el jefe mafioso, presumiendo de suprema autoridad en el lugar, le dijo que su guardia de seguridad resultaba innecesaria porque nadie osaría tocarle un cabello mientras él estuviera a su lado. El Duce no dijo nada pero internamente montó en cólera y al volver a Roma dio las órdenes oportunas. Apenas dos meses después, la Cosa Nostra al completo estaba en el trullo. Hasta que los gringos -tan listos como siempre- desembarcaron en Sicilia, liberaron a todos los mafiosos, los colmaron de honores como patriotas perseguidos por el fascismo, los armaron y hasta les concedieron visados para que emigraran a Estados Unidos. El resto es historia; la historia del crimen más feroz y organizado que ha conocido este planeta.

Me he extendido sobre el asunto de la Mafia -Cosa Nostra, según la denominan quienes forman parte de esta sociedad fundada a mediados del XIX- porque se parece a ETA en el apoyo popular. Unas veces por miedo y otras por orgullo vernáculo, los sicilianos son ciegos ante la Mafia y los napolitanos ante la Camorra. Lo mismo que ocurre en las Vascongadas. Mientras no cambie esa mentalidad, y dudo que cambie tanto en Italia como en el País Vasco, son ridículas las manifestaciones como las del sábado en Madrid, así como las declaraciones sobre el fin de ETA que hoy realiza Rubalcaba, antes hacía Aceves y mañana hará el señor -o la señora- que sea ministro del Interior. Ni la Baader-Meinhof, ni las Brigadas, contaban con ese 15 por ciento de apoyo popular con el que, incomprensiblemente porque es sinónimo de personas mentalmente enfermas, cuentan los criminales etarras.