DICEN los más viejos -decimos- que el tiempo ha cambiado, y no están -estamos- equivocados. Recuerdo con cierta añoranza mis años de estudio en La Laguna, cuando entre una clase y otra mediaban a veces dos o tres horas. El centro donde yo estudié no tenía las comodidades actuales -ni siquiera había biblioteca-, de modo que lo normal era pasar el tiempo paseando por la ciudad, lo cual resultaba a menudo imposible debido a la lluvia y el frío. Los compañeros de las islas vecinas venían a las clases de las ocho casi sin lavarse la cara, puesto que a las nueve y pico ya estaban de nuevo "cogiendo la horizontal", como antes decíamos. Los que teníamos que ir a La Laguna en la "directa" de las siete teníamos que permanecer en la Ciudad de los Adelantados hasta la próxima clase, casi siempre a las once, lo cual influía notablemente en nuestro talante. No es de extrañar, en consecuencia, que volviésemos a Santa Cruz de mal humor, sobre todo si teníamos que estar de vuelta a las tres de la tarde.

En la actualidad, como antes dije, el tiempo ha cambiado. Parece que el frío lagunero ya no es el que era, y prueba de ello es que no se ven tantos verodes en los tejados de las viejas casonas, ni rezuman sus muros la humedad de antaño, esto último debido quizá al aire acondicionado que muchos han instalado en sus viviendas para hacerlas más habitables. Incluso en algunas iglesias se "nota" la nueva temperatura ambiente: no hay tantos abrigos, se ven menos bufandas, y la tez de los laguneros no tiene ya el tono sonrosado que antes propiciaba el frío... En mi caso puedo referir un suceso real. Hace unos veinte años pretendimos ir a vivir a La Laguna buscando un aire más sano. Con la experiencia que sufrí al estudiar la carrera, no vi yo el cambio con buenos ojos, aunque accedí ante la insistencia de mi mujer, que, sin embargo, no tardó mucho en cambiar de parecer: bastó para ello que una señora que pretendía vender su casa nos manifestara -al decirle nosotros que no era lo que buscábamos- que ella se trasladaba a Tegueste porque donde ella vivía, cerca de La Manzanilla, era imposible vivir debido a la humedad.

Pero esa situación que reflejo afortunadamente ha cambiado y La Laguna es hoy una ciudad muy agradable para vivir. Mas no ha sido en el aspecto ambiental donde la ciudad ha experimentado un giro de ciento ochenta grados, sino en el físico. La concesión del título de Patrimonio de la Humanidad ha vuelto a todos sus habitantes sensibles a lo que han conseguido. Así, en solo unos años han transformado su entorno haciendo muchas de sus calles peatonales, adecentando innumerables edificios, ofreciendo a los indígenas y visitantes un variado programa de actividades culturales y lúdicas, intentando en este último aspecto recobrar su pasado marchamo como ciudad cultural de Canarias. Pero no es conveniente lanzar las campanas al vuelo, pues queda mucho por hacer. Ahí están para demostrarlo las obras de la Catedral, la construcción del nuevo mercado municipal, la conversión de la antigua iglesia de San Agustín en un espacio cultural, la repavimentación de muchas calles que ofrecían un deplorable aspecto, etc. Con el tiempo todo esto será una realidad, si bien será necesaria la colaboración de todos los laguneros, sin olvidar que La Laguna no es solo el casco urbano, sino Taco, La Cuesta, Tejina, Bajamar… y hasta Punta del Hidalgo. Contentar a tantos vecinos puede lastrar el desarrollo futuro del municipio, por lo que no sé si, como apuntaba EL DÍA en uno de sus editoriales, ha llegado el momento de replantearse la unión tantas veces preconizada de Santa Cruz, La Laguna, Tegueste y El Rosario.

Pero ese no es el tema de hoy, así que lo dejo en el tintero para otro momento, puesto que en esta ocasión mi intención solo ha sido constatar el salto cualitativo que la vecina ciudad ha experimentado en los últimos años, tras atravesar un periodo de incertidumbres que pareció lastrarla para el futuro. Afortunadamente, los nuevos aires que sus regidores le han insuflado han logrado hacerle recuperar su antiguo atractivo. De nuevo se ven estudiantes en sus calles, cerró La Oficina pero ha abierto un elevado número de tascas y bodegas similares, las calles de La Carrera y Herradores han adquirido la categoría de auténticos centros comerciales y el Orfeón La Paz y el estanque de los patos continúan estando en los mismos lugares; igual que Casa Maquila. Sin embargo, es indispensable mantener los ojos bien abiertos, pues siempre habrá alguien dispuesto a emprender acciones poco acordes con la idiosincrasia de sus ciudadanos. La conservación de sus fiestas más señeras -el Cristo, la romería de San Benito, el Corpus…-, el cuidado de sus antiguos edificios para que nunca se suscite la idea de desposeerla de su título como Patrimonio de la Humanidad, así como el relanzamiento de la ULL hacia metas más ilusionantes, deben ser las tareas que todos los laguneros tendrán que tener presentes para evitar que el espíritu que ahora sobrevuela la ciudad se diluya; sin dejar de contar, como siempre, con el apoyo de los chicharreros.