LA SEMANA Santa me ha dejado un recuerdo imborrable y, en cierto modo, muy definitorio del actual panorama político canario. En cierto modo también, me resisto a creer que tenemos lo que nos merecemos. No creo que seamos tan malos -socialmente hablando- como para tener que soportar este desolador y patético espectáculo. Porque de espectáculo se trata; no hay la menor duda. Volviendo a la semana de Pasión, ¡qué espectáculo el de algunas autoridades en la comitiva de la Macarena tinerfeña! ¡Lo que hay que hacer por conseguir algunos votos!

Entre gritos enaltecidos de "¡guapa!" -a la Virgen, claro está-, aparecía delante del paso, y entre la comitiva "civil" precedida por "las damas de noche" vestidas de riguroso luto y con mantilla, "la niña", tal cual: sola, en su cenit de futurible alcaldesa, con una sonrisa que no pegaba en absoluto con el momento y las circunstancias, sin una mísera vara o una vela a donde aferrarse, diciéndole al mundo: "Aquí estoy yo para lo que haga falta", para alcaldesa, concejala, diputada, presidenta… o todo en uno, en un batiburrillo escénico-político donde las ideologías y los principios son lo de menos y, por el contrario, lo que importa son las apariencias como medio de alcanzar el poder; como las trazas que ella muestra, la de no haber partido en su vida un plato -político se entiende-, aunque el rosario que colgaba de sus trémulas manos estuviera hecho de cabezas jibarizadas con los restos políticos del "Pibe de Ofra" y de todos aquellos que le respaldaron y luego le traicionaron por un plato de lentejas -como le ha ocurrido al propio Jaime Hernández Abad- que "la niña", con su santa paciencia, se ha encargado, sutil y oportunamente, de que se les atragantara.

Mientras al Cristo le cantaban "El novio de la muerte" y el escalofrío recorría las estrechas calles que rodean a la Concepción, se aproximó la otra "pata del banco" político en el que nos han metido de cabeza casi sin quererlo -aunque deseándolo para ver si de una puñetera vez cambiamos de política, y sobre todo de políticos, porque uno también se cansa de ver siempre las mismas caras chupando del bote social del oportunismo-; este sí iba acompañado de una impresionante vara de mando, casi más grande que su propio ego, que ya es difícil, pero muy acorde con su actual puesto y, por si le toca -que le tocará-, con el cargo siguiente de alcalde de la ciudad; ciudad que lleva decenios en manos de los mismos. También sonreía y saludaba con los ojos y con leves golpes de cabeza, mientras susurraba promesas electorales que sabía perfectamente que no iba a cumplir; como la pollabobada esa de un carril bici que se supone va a ir de una punta a la otra de la isla, y más allá, como si a alguien realmente le importara con la que está cayendo; o aquella otra "ocurrencia" de ponernos -con nuestro dinero más el que se añada cuando se sobredimensione el presupuesto- una playa al lado de la casa de cada uno, cuando las que tenemos están prácticamente abandonadas. Curiosamente, son proyectos que ya hemos oído en otras ocasiones y que, ¡oh casualidad!, nunca lo ha llevado a cabo su propio partido.

En resumidas cuentas, estamos inmersos en un panorama desolador, donde al parecer la ética nos ha abandonado para dejar paso a una especie de talento -que no inteligencia- abocado al más estrepitoso de los fracasos vitales. Esto nos debería hacer reflexionar precisamente sobre el papel que la ética debería jugar en nuestra sociedad, donde no todo debería valer ni todo debería tener un precio político, ya que, de lo contrario, nuestra perspectiva de democracia y libertad se vería abocada al fracaso de un mundo materialista y superficial en el que los principios y los valores formarían un triste recuerdo de un pasado mejor.

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