PASADO el efímero efecto, más bien espejismo interesado, de la presunta marcha de Zapatero, que de nada se ha ido (bueno, sí, a China a pifiarla), al PSOE no le va a quedar otro remedio que que de verdad se vaya.

Lo de hacerlo de mentirijillas, o sea, de nada, porque no presentarse donde se las iban a dar todas el año que viene no es renuncia, sino escape, no ha colado, y las encuestas, tras alguna apresurada, mal hecha y peor cocinada, vuelven a tocar a clamores. De poco sirve agitar sonajeros por los mítines y hacer sonar la carraca de "PP, malo" cuando la campana de toda España solo tañe "paro, paro, paro...".

Acabada esta remojada Semana Santa de resurrección madridista y lágrimas sevillanas, vuelve la campaña, y los socialistas, a recorrer un camino que solo parece conducir al calvario. Los sondeos electorales son cada vez más tozudos. La pregunta ya no está en quién gana, sino en cuánto pierde el PSOE. Por un bastante, un buen puñado de alcaldías y alguna comunidad, Baleares; por mucho, Sevilla y Barcelona, o por todo, Castilla-La Mancha, Aragón y hasta Extremadura. Que a día de hoy andan ahí, en el filo de la navaja, de quedarse en cueros vivos en cuanto a poder autonómico y municipal se refiere. Sin una taifa donde reinar, sin una ínsula que gobernar ni una gorra que repartir a la parroquia, que está que no le llega la camisa al cuerpo de a donde se va a ir a "asesorar".

La pantomima zapateril de su sacrificio se ha deshecho ante el aguacero de la realidad. Primero, porque no había tal; segundo, porque seguía de todo y en todo, y tercero, porque la gente no es tan boba como para no entender que es todo un gobierno y todo un partido quienes han de afrontar su responsabilidad ante las urnas. Que no se presentan por el Partido Extraterrestre, sino bajo las siglas PSOE, aunque alguno, de haber podido, hubiera prescindido hasta de la rosa.

Malos son los augurios, pero, además, no les queda pólvora. El mantra del pérfido enemigo está gastado, el supuesto recambio es en realidad el útil más antiguo de la casa y la excusa final de que nuestro mal es de muchos tiene respuesta en el sabio dicho popular de que es consuelo de tontos. Y ni eso.

Por Moncloa y por Ferraz diseñaron un enjuague que Pepiño Blanco, investido, como don José, mariscal de campaña, supone genial estrategia. Comenzó huyendo de Vistalegre y ahora llama cobarde al jefe enemigo y lo reta al Parlamento. Lo hace por la Galicia natal de ambos, donde ya le tomaron la Xunta y ahora pueden dejarle hasta sin Celta y sin Coruña. Blanco sale a diez titulares por día, pero queda un mes escaso para que, disipada la humareda de las explosiones artilleras, se compruebe cuál es la infantería que domina el campo de batalla. Los planes y las cuentas de Zapatero, de Rubalcaba, de Blanco y de todo el sanedrín que hoy controla el PSOE pueden tener ese día el valor de los de la Lechera. Y Zapatero, entonces, sí que sí, tiene que irse de verdad y de una vez por todas.