UNA VEZ más, tras los días de asueto de Semana Santa, asistimos al intolerable abandono del litoral chicharrero a causa -no hay otra- de la dejadez del grupo de gobierno y socios de nuestro bienamado ayuntamiento (el peor de los últimos tiempos), a la hora de abordar las soluciones necesarias con un espacio público, repetimos: público, comprendido entre el Palmétum y Las Gaviotas, al que deben añadirse las otroras recoletas playas de Anaga, víctimas hoy, igualmente, del vergonzoso olvido de los ineptos concejales (algunos en estampida en busca del aforamiento) implicados en el espinoso asunto por una inadmisible desidia impuesta desde el desarrollo de los acontecimientos ajenos al bien común.

Hace cincuenta años existían otros problemas, desde luego. Pero los chicharreros teníamos la mar ahí mismo. Podíamos recorrer el muelle, pasear por el dique y sentarnos junto a un pescador anónimo que, pacientemente, esperaba los movimientos bruscos de la caña. Frente al Cabildo se podía disfrutar de las olas, que casi estaban al alcance de la mano (alguna sobrepasaba la baranda y dejaba acera y calzada encharcadas); los amigos de entonces conocíamos por sus nombres a los buques de pasajeros y cabotaje que, en aquellos dorados años de intensa actividad portuaria, llenaban el recinto santacrucero. Hoy permanece vacío casi todo el año, excepción hecha con la arribada de los espectaculares cruceros de lujo. Las medidas de seguridad impiden a aquellos entusiastas del ir y venir de los barcos acercarse y escudriñar en sus características, en las mercancías y en los pasajeros. Además, había playas (en plural) donde darse un reparador chapuzón. Un panorama aquel que debe formar parte de la historia escrita por políticos y técnicos que jamás pensaron en Santa Cruz.

Han bastado cincuenta años para terminar con aquellas playas y lugares de ocio que dinamizaban la capital de la Isla. Con el propósito de ponerles la cara colorada a los que han interpretado de manera insólita la delicada y fundamental labor de tener bajo su responsabilidad la conservación y continuidad de estos lugares chicharreros, consiguiendo exactamente lo contrario, recordemos, a vuela pluma, algunos que o han desaparecido o están a punto de hacerlo; o están arrinconados y escondidos bajo una montaña de sentencias judiciales a la espera de que suceda algo (no sabemos qué). Lo público, irremediablemente, se transformará, por arte de prescripciones estudiadas, en algo fantásticamente privado. Desde el Parque Marítimo, ideado por César Manrique para solaz de los conciudadanos de Santa Cruz y, por descontado, cerrado empleando maniobras extravecinales que tanto conocen en la Casa de los Dragos, pasando por las tomaduras de pelo a Valleseco y María Jiménez, la vergüenza del Balneario, el entullo de Trabucos, la fantasmal Las Teresitas, peripecia que debe figurar en los estudios de Derecho (las declaraciones de la arquitecta Pía Oramas escuchadas en KanariLeaks desmarcándose del asunto, a pesar de las presiones de la Gerencia, absolutamente aclaratorias), Las Gaviotas, Antequera, Tachero, Roque de Las Bodegas, Almáciga y Benijo...

En fin, estas últimas terminarán por aburrir a los bañistas que buscan y rebuscan lo que les está vetado en los lugares inmovilizados o desaparecidos, porque, como el ayuntamiento ha descuidado sus obligaciones, no les queda otra opción que la de acudir a las playas de Anaga... Y ya no caben. Desde Taganana a Benijo se instalan hileras de coches madrugadores que obstruyen cualquier paso posterior. Es decir, escribimos sobre un formidable atasco que familias enteras soportan por mor de esos artistas municipales.

Alguien debe explicar a los ciudadanos por qué no ha habido ningún gobernante en estas décadas que se hubiera empecinado en, simplemente, adecentar las playas. Nadie sabe contestar a las razones de estos abandonos ni a la aparición repentina de un edificio al comienzo de la playa de Las Teresitas que los usuarios, con razón, han bautizado como mamotreto. En la plaza de España, destrozada, hay varios de este tipo. Estas y otras amenidades de nuestro ayuntamiento han desembocado en la imputación (no condenas) de varios concejales. Es justo reconocer, sin embargo, que alguien, con la cabeza en su sitio, ha reaccionado bien ante el problema de Las Gaviotas. ¿Han resuelto los desprendimientos de hace siglos? ¿Han solventado la peligrosidad de sus accesos? No. Eligió otro camino más complicado, que es situar a la entrada una valla desvencijada donde cuelga la escueta y directa orden: "Prohibido el paso". Y ya está.