Creo recordar que lo he escrito algunas veces pero no está de más repetirlo: las réplicas en periodismo no sólo son inevitables; son su esencia. Dicen que Larra se las hacía servir a la hora del desayuno. Vaya usted a saber si es cierto porque de Larra, al igual que de otra mucha gente que ha pasado por este mundo, suelen decirse demasiadas cosas.

Viene esto a cuento de algo que enseguida les voy a comentar, naturalmente, pero antes permítanme otra confesión. Hay dos experimentos sociales, llamémoslos así, que me encantan. Uno consiste en llegar a un salón de actos -o lugar similar- donde están reunidas numerosas personas -acaso decenas, centenares de personas- y decir, sin más y a bocajarro, que entre los reunidos hay un felón. Lo normal es que no suceda nada extraordinario. Como mucho, los presentes mirarían al autor de la acusación -o mera afirmación- con una mezcla de extrañeza y expectación, como invitándolo a que sea más explícito; es decir, a que señale sin margen de duda quién es el traidor en cuestión. Imaginemos, empero, que en vez de producirse ese silencio avizor, un señor se levanta entre los congregados y le pregunta al que ha lanzado la anónima acusación, bastante malhumorado, por qué lo insulta. ¿Qué pensarían ustedes del que se queja? El caso es que uno de mis parientes hizo en cierta ocasión cuanto les he relatado y, aunque cueste creerlo, un tipo se levantó y estuvo a punto de entrarle a trompadas. Todavía nos reímos a carcajada limpia cuando recordamos la escena.

El segundo experimento social que me chifla es más bien un asunto periodístico. Consiste en escribir sobre ciertos temas y esperar a ver qué cae en el correo-e. Escribir, verbigracia, sobre la demagogia en torno a los trenes de Tenerife. Y me refiero tanto a la demagogia de quienes los promueven como de quienes se oponen a ellos, si bien considero que esta última es más abultada por las razones que ya expuse el sábado último y que no pienso repetir porque no merece la pena. El caso es que he perdido media hora -aunque en realidad no la he perdido, porque hasta cierto punto ha sido divertido- leyendo opiniones a favor y en contra de lo que, a su vez, opiné sobre el tren; sobre la oposición al tren, para ser precisos. Ni una sola referencia, por supuesto, a lo que expuse sobre los nuevos ricos que cuelgan un cartel contrario al proyecto en las fachadas de sus chozos para que no los moleste un moderno medio de transporte. Algo que no me extraña porque era de esperar. Como tampoco me extraña que un señor exprese cierto reparo en calificar de "artículo" lo que redacté sobre "Sí se puede", pues considera que con ello podría ofender a mis compañeros de profesión; a quienes sí escriben cosas serias que se pueden llamar artículos sin problema alguno de conciencia. Categoría en la que estaría quien esto escribe si hubiese sido favorable a las tesis del señor referenciado pero no mentado.

Sea como fuese, un ejemplo más, y sólo eso es lo que persigo subrayar con este folio que ya toca su fin, del excelente caldo de cultivo en el que chapoteamos para mantener un debate serio sobre cualquier tema. En definitiva, ¿cabe o no cabe hablar de demagogia?