A JUAN PABLO II podremos recordarlo contemplando su infancia y juventud. Pierde a sus padres muy pequeño, más tarde a los hermanos que le quedaban. Se encuentra solo en estos momentos. Pero pronto ya había descubierto a Dios. Y así se bastó. Vivió plenamente la fe en Él (así descubrió la vocación sacerdotal), y en medio de la mayor dificultad la persecución alcanza su fin. De Juan Pablo II podemos recordar su misión como párroco, como obispo, y ahora sobre todo como Papa por su valentía.

La fuerte crítica a la ideología materialista e inhumana del comunismo por parte de Juan Pablo II, salido de la Iglesia del silencio -la cual ahora, gracias a él, ha vuelto a hablar-, fue acompañada y seguida por la crítica al materialismo práctico de las sociedades ricas, cada vez más descristianizadas, pobres de ideales pero invasoras con sus envilecedores modales de vida.

También podemos recordar que ante las nuevas guerras y el aumento de fundamentalismos religiosos, especialmente el islámico, la predicación de Juan Pablo II reanudó y fortaleció la obra de la paz de la Santa Sede, interrumpida al menos desde hacía siglos, poniendo a la Iglesia católica en la vanguardia de la defensa de los derechos humanos y buscando un entendimiento entre las grandes religiones. Y ante la amenaza contra la vida humana por ocultas biotecnologías, el Papa Wojtyla detectó y denunció los peligros que implican para la dignidad del ser humano.

Podemos recordar a Juan Pablo II por su carácter misionero y por su estilo itinerante y la apertura a todas las culturas de la tierra. Toda esta situación ha obligado a la información religiosa, que antes tendía a fijarse demasiado en los aspectos internos de la Iglesia institucional, a interesarse por todos los pueblos. Por esta causa, los periodistas solían andar en busca de los "secretos" de las aulas vaticanas. Ahora el mensaje, la noticia, había que captarla donde el Papa había decidido ir. De esta forma implica hasta a los periodistas en su misión evangelizadora.

Podemos recordar de lo que se dijo de Juan Pablo II, el día de su proclamación como beato, que el 22 de octubre de 1978 abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, insistiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que parecía parecer irreversible. Este Papa, con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la nación polaca, ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. Con una palabra ayudó a no tener miedo a la verdad, porque la verdad es la garantía de la libertad. Podemos recordar a Juan Pablo II sus catorce encíclicas. Fue el Papa que mejor comunicó con las masas a través de sus mensajes sencillos y contundentes. Sin embargo, no se olvidó de dejar un magisterio intelectualmente sólido, fruto de una profunda capacidad de reflexión. El resultado son catorce encíclicas que abarcan desde la eucaristía hasta el trabajo moderno, pasando por el ecumenismo y sin olvidarse de la Santísima Virgen. Profundidad, amor al ser humano y diálogo con el prójimo. Todos estos episodios apostólicos y muchísimos más podemos recordar, y nos hacemos mucho bien personal y comunitario, pero no basta como cristiano. Tenemos que recordar a este Papa como santo, y nos invita a serlo en nuestro propio estado de vida profesional, en la vida sacerdotal y en la vida religiosa. Nos invita a todos a ser buenos. Teniendo siempre en cuenta que ser bueno es mudar; más difícil que ser inteligentes, pues la inteligencia nos viene dada, mientras que la santidad hay que ganarla.

En el camino para llegar a esta meta, Juan Pablo II se abrazó a la misericordia, a esa gran virtud, pues la misericordia para este Papa es algo más que la justicia. Porque la justicia no es el último capítulo de la economía divina en la historia del mundo y del hombre. Toda la vida de Juan Pablo II quedó plasmada por la misericordia, durante la guerra y después de la guerra, en sus grandes gestos y en los mea culpa. Descubrimos en vida el fundamento del misterio de la misericordia: pedir perdón sin esperar nada a cambio.

Juan Pablo II vivió la santidad en la vida cotidiana. Como decía santa Teresa: "La santidad es hacer la voluntad de Dios cada día". Él era así también.

de S. Juan de Dios