SIN MOTIVO aparente me ha llegado estos días el recuerdo del notable y ya desaparecido escritor canario Alfonso de Armas Ayala. En su momento mantuve con don Alfonso una relación literaria, breve pero intensa, durante la cual el ensayista isleño tuvo la gentileza de prologar mi primer libro de versos, , título extraído de un bello poema del burgalés Victoriano Crémer ("Apenas barro bien amasado en lágrimas"). Han transcurrido desde entonces treinta años. Sí, señores: treinta años. Y mi recuerdo del señor Armas Ayala sigue presente en mí porque aún le guardo el más sincero de los agradecimientos. El mismo reconocimiento que sigo teniendo para el también desaparecido periodista Ernesto Salcedo Vilches, así como para mis queridos y admirados amigos Eliseo Izquierdo y Carlos Pinto Grote, porque los tres me entregaron, cada uno en su momento, las palabras precisas que sirvieron para prologar otros tantos poemarios que salieron de mi mente.

Demasiada altura en los cuatro prologuistas, me parece a mí, para tan pobres versos. Pero así son las cosas.

Y como los recuerdos suelen encadenarse, me llegan ahora unas frases que el escritor Marino Gómez Santos incluyó en su libro "Vida de don Gregorio Marañón", aunque las palabras aludidas, y que voy a copiar para ustedes, fueron dadas a conocer mucho antes:

"Baste señalar, como dato revelador, que en seis años escribió 59 prólogos (…) destinados muchas veces a avalar libros que, en más de una ocasión, no alcanzaban el nivel medio de interés literario o científico".

Lo que acaba de afirmar don Marino Gómez Santos sobre el gran don Gregorio Marañón es justamente lo que yo pienso de mis cuatro prologuistas líricos. Y es que prevaleció entonces el sentimiento de la amistad sobre los méritos que en mis libros quedaban expuestos.

Pero hay más casualidades. En la biblioteca pública buscaba yo un libro para el fin de semana: nada de novelas, nada de filosofía, nada de ciencias, nada de política… Me ofrecieron uno al azar y lo acepté inmediatamente. Por dos motivos: porque se titula "Ensayistas canarios" (nada de novela, nada de filosofía, nada de ciencias…) y porque su autor se llamaba -créanme, es la verdad- don Alfonso Armas Ayala. Me fui a casa plenamente satisfecho. Y por si no fuera bastante, en la introducción del libro (págs. 11-19), el autor me ofrece nada menos que tres definiciones de lo que es y lo que no es un ensayo. Y ya saben ustedes en cuantos problemas anduve hace tres o cuatro semanas tratando de aclarar si lo que yo escribo semanalmente en este periódico es artículo, crónica, ensayo o no sé qué otra cosa.

Voy con la primera definición: "Género literario en prosa con un contenido didáctico". Como verán, el asunto no va conmigo. Porque, ¿qué puedo "didacquear" yo con mis ignorancias? La Didáctica es una asignatura muy seria. Y difícil. Al menos, para mí.

Segunda definición: "Escrito breve en el que se estudia parcialmente un tema literario, filosófico o científico". Tampoco me valen estas palabras porque me parece "mucho pan p´al niño". Conozco poco sobre temas literarios, pero menos aun de ciencias o filosofía.

Así que voy con la tercera de las definiciones que, sin citar autor, nos ofrece don Alfonso de Armas Ayala en la introducción de su ya mentado e interesante libro. Dice así: "Amplia divagación literaria sobre un tema". Aquí podría quedar yo encuadrado porque son muchas las divagaciones literarias que he ofrecido en este espacio a lo largo de casi ocho años. No cabe, de todos modos, lo de amplia. Y no por culpa mía. Algunas veces me falta espacio para expresar lo que quiero. Otras veces me quedo corto. Pero he de atenerme a las normas del periódico. Donde manda capitán…

Me gustaría, amigos, que no se asombraran ustedes por el hecho de que los señores Armas Ayala, Salcedo Vilches, Izquierdo Pérez y Pinto Grote me hayan distinguido con sus palabras alusivas a mis versos pueblerinos. Ya ven que lo mismo hizo en su día el gran don Gregorio Marañón sin que le temblara el pulso. Y es que, no siempre, pero algunas veces, los grandes hombres suelen actuar así.