SE HA DESCUBIERTO a sí mismo como tal. Ese carácter se lo otorgaba yo por sus múltiples desmanes hacia la España de la que se titula presidente del Gobierno. Pero ha sido él quien en su comparecencia en la sede del PSOE, en la calle Ferraz de Madrid, tras la debacle electoral del partido que dirige, decía que la culpa de estos malos resultados la tenía "la crisis económica que venimos padeciendo desde hace tres años". ¡Albricias! Al fin ha venido a reconocer que hace ya tres años estábamos en la crisis. Por tanto, ha venido a reconocer que él es un antipatriota, siguiendo su propio discurso de tildarnos de tal a quienes reconocíamos y afirmábamos que, ya por aquel entonces, España estaba en esa situación de crisis. Situación que se ponía de manifiesto en aquel debate electoral televisado mantenido por el Sr. Solbes y el Sr. Pizarro en el que este lo explicaba llanamente mientras que el entonces ministro de Economía -hoy consejero de ENEL (¡?)- utilizaba toda clase de argucias estadísticas y estéticas para tratar de minimizar la situación.

Antipatriota, por haber muñido a fin de que ETA y/o su entorno pudiesen acceder a las instituciones en la Comunidad vasca y en Navarra. ¿O acaso hemos de creer que tal decisión deviene solo de don Pascual Sala y su compañía "progresista" en el TC? Visto ahora, tras las elecciones del 22 de mayo, podemos asegurar que gracias a estos llamados "progresistas" España ha progresado al pasado. Aquel pasado en el que Herri Batasuna contaba con actas de diputados en el Congreso sin sentir la Constitución y sin ocupar prácticamente sus escaños, pero sí cobrando por los mismos. Y esta misma situación la podremos sufrir tras las próximas elecciones generales.

Que la debacle del PSOE ha sido un hecho incontestable es algo de lo que no cabe duda alguna. Que el ascenso del PP no ha estado a la altura de lo perdido por aquel tampoco produce duda alguna. Lo que sí se ha significado en estas elecciones ha sido el crecimiento y la importancia del voto en blanco y el voto nulo. Entre ambos reflejan que casi un millón de ciudadanos han acudido al colegio electoral para cumplir con su deber y derecho democrático, pero sin el convencimiento necesario para otorgarle su confianza a partido alguno. Ni aún al Movimiento Patriótico, por lo que a esta tierra tildada de sojuzgada se refiere. Y es que "el Movimiento" todavía hace rememorar ciertas connotaciones que producen algún rechazo. Por eso no entiendo que quienes pretenden estar lejos de aquellas connotaciones apliquen ese sustantivo a su pretendida acción que dicen democrática. Por ejemplo, el Movimiento 15-M, que, propagado a través de los medios informáticos, dados en ser llamados redes sociales, ha estado presente en la última semana del reciente proceso electoral. Movimiento que, tratando de dar un aldabonazo a una sociedad aletargada ante tanto despropósito (desempleo, paro juvenil, corrupción, injusticia, etc., etc.), ha incurrido, so pretexto de la libertad de expresión, en insultos y descalificaciones impropios de demócratas. Aunque los emisores de improperios, a coro en grito, fuesen una minoría de los acampados en la Puerta del Sol -al menos así quiero creerlo-, producían un empañamiento de las buenas intenciones del conjunto y debieran haber sido acallados por la mayoría. Pero no lo hicieron, dando pie a la generación de una desconfianza y algún rechazo respecto de sus postulados en personas que sentíamos simpatía por su original acción.