Al ciudadano francés Dominique Strauss -expresidente del FMI- los jueces de los Estados Unidos le han impuesto una fianza de un millón de dólares y le han obligado a dejar en depósito cinco millones más, pero, a cambio, se ha marchado a casa a cumplir su arresto. Ante tal sentencia, cabe preguntarse qué le hubiese ocurrido a cualquier otro ciudadano poco pudiente.

Desde siempre, a un buen número de ciudadanos nos ha preocupado una situación judicial eminentemente injusta: la libertad bajo fianza. Injusticia que se ha hecho patente en el caso de Dominique, y que también se dio con Jaume Matas, presidente que fue de las islas Baleares.

Dominique y Jaume, como potentados que deben de ser, han logrado pagar exageradas fianzas -la de Matas fue de tres millones de euros-, pero han conseguido librarse de unos meses o años de cárcel preventiva. Podríamos decir que, al fin y al cabo, han salido airosos de su situación.

Pero quién no ha pensado más de una vez en ese pobre desgraciado al que se le acusa de haber robado en un supermercado y, por no poder pagar fianza alguna, es encarcelado y después se comprueba que era inocente.

Tales injusticias se dan con cierta frecuencia, y todo por no poder hacer frente a una fianza; el presunto ladrón ya quedará marcado para toda su vida, y la sombra de la duda planeará sobre él en todo momento, por lo que jamás se sentirá libre.

La justicia sería más justa si el pobre también pudiera responder a una fianza, como podría ser la de presentarse todos los días, mañana y tarde, a cualquier comisaría de policía o cuartel de la Guardia Civil. Aunque si es pobre, difícilmente podría abandonar el país, porque incluso no llegue a disponer de pasaporte.

Las condenas preventivas se deben cumplir en casa, y si existiese peligro de fuga, que se avise silenciosamente a todas las policías, puesto que más temprano o más tarde acabarán encontrando al delincuente. Si se le envía a la cárcel o se le saca en televisión, el daño ya está hecho.

No podemos negar que la justicia humana es injusta, incluso en los Estados Unidos.

Mª de los Llanos Alfaro Moreno

(Albacete)

Al Consulado británico

Dirijo esta carta al señor cónsul de Gran Bretaña en Tenerife y que está en la plaza Weyler. Me gustaría que me explicase por qué hay un Consulado aquí y para qué sirve. Yo creía que para ofrecer ayuda, en su momento, a ingleses que lo necesitasen, pero parece ser que la respuesta es que para nada.

Hace unos días fui al consulado para pedir ayuda. Estoy saliendo de un ictus y mi mente todavía no funciona bien; solo puedo escribir con un bolígrafo. Quería que se pusieran en contacto con el Hospital Royal Free de Londres. Sabía que me pasarían una factura. Allí me operaron un cáncer en 1985, contra el cual sigo luchando. Este hospital se dedica a todo tipo de cánceres y es muy famoso. Ahora tengo un melanoma maligno y mi especialista dermatólogo, el doctor Ricardo Fernández de Mesa Cabrera, me pidió que le enviara a La Candelaria mis papeles médicos. La respuesta de la señorita que me atendió fue que al Consulado no les interesaba involucrarse en ese tipo de asuntos y punto y final.

Me llamo Antonia Inés Mitchell Bedford y nací en Bexhill-on-Sea, Sussex, el 13 de junio de 1931. Ahora tengo 80 años y toca la casualidad de que yo trabajé de secretaria comercial en el Consulado Inglés de Las Palmas de Gran Canaria unos años, cuando se ubicaba en Alfredo L. Jones. Es algo irónico, ya que sabemos que muchos ingleses vienen aquí para ahorrarse un dinero.

Me gustaría una explicación, qué utilidad tiene el consulado aquí.

Atentamente,

A. I. Mitchell