LA EDAD va pasando factura, y uno ya no está para atender muchos acontecimientos, pero el transcurso de la vida hace que haya que multiplicarse. Durante varios días he estado con la zarzuela, y ya dejé clara mi postura respecto a la participación del público en mi comentario del lunes pasado. Está bastante clara también la opinión de actores y cantantes líricos de la tierra, como quedó muy bien refrendado con la participación por sorpresa del gran tenor tinerfeño Celso Albelo en la representación de "El dúo de la africana" y "¡Viva la zarzuela!", del sábado 21, cantando con exquisito gusto y seguridad el aria de Rigoletto "La Dona e Mobile". Celso es ya un tenor requerido en todos los grandes teatros del mundo, por lo que solo puedo expresar agradecimiento ante esta aparición.

Tras dieciocho años de festival y un montón de representaciones exitosas, el público salió enfervorizado de la función del sábado. Tanto la obra de Manuel Fernández Caballero como la antología fueron interpretadas magníficamente por elenco, con brillante participación de artistas locales: Alicia Rodríguez, Noelia Guidi, Rucadén Dávila y Javier Jonás; y con el descubrimiento de un joven tenor, Sergio Escobar, que, como Celso, va para figura. Muy simpática la actuación de Mario Rodrigo, y magnífica la de Carmen Aparicio y Santos Ariño. Mención especial merece Carlos Durán, que cada año destaca por su creatividad y su movimiento escénico, ejerciendo un doble cometido de director de escena y actor, pues el gusanillo del escenario le puede. No me puedo olvidar de lo bien que sonó la orquesta del Festival, felizmente conducida por Jorge Rubio, y coro y ballet a muy buen nivel bajo la dirección del siempre eficiente Juan Ignacio Oliva, y de la coreógrafa Yolanda González. Fue un gran acontecimiento cultural que celebré con un buen vaso de vino, cuando encontramos por fin un sitio donde tomar algo, pues los restaurantes y tascas de la zona centro estaban hasta la bandera. ¡Cosas de la crisis!

Con pocas horas de sueño, el domingo acudí a un acto más íntimo. En el distrito de Ofra, en la parroquia de San Antonio de Padua, hicieron la primera comunión once niños y niñas. Viendo las vestimentas actuales, me causó impresión verlos a todos vestidos iguales, con unas túnicas blancas y un sencillo crucifijo en el pecho, además de diademas las niñas. En la eucaristía, el padre Antonio se mostró muy cercano, con palabras llenas de contenido religioso que fueron seguidas con gran devoción y respeto por padres y asistentes. Mi ahijado Adrián, hijo de antigua empleada, tomó la comunión, y como el resto de chicos salió henchido de ilusión y satisfacción. Su madre, Loli, es una mujer de gran corazón, y a sus 48 años ya es abuela. Ha tenido una vida plagada de contradicciones e incertidumbres que lleva con enorme entereza. Sabe que la queremos, y por eso me considera su segundo padre. Su lucha diaria me hace recordar y evocar tiempos pasados, cuando de joven trabajé en Galletas Himalaya. La empresa tenía en nómina a unas cien personas entre hombres y mujeres, pues requería mucha mano de obra, porque todo se empaquetaba a mano. Cada dos por tres había una boda, ya que las parejas recibían una ayuda de la mutualidad de diez mil pesetas. Daba para ampliar la casa de los padres, comprar el dormitorio y celebrar el banquete con baile en la Sala Nivaria del cruce de Taco. Muchos de aquellos matrimonios aún hoy perduran, pues les unía el amor, que hace milagros.

Felicito al padre Antonio por permitirme participar de una eucaristía tan íntima y darme la oportunidad, un día más, de tratar de ser un buen cristiano.

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