NO PRETENDO hablar del control que cada cual, con sus técnicas propias o inducidas por la ciencia, puede hacer o ejercitar de su mente para que esta se libere de ciertas miasmas que obstaculizen su pleno desarrollo y así, de esa forma, no tener diques dentro de sí donde se puedan estrellar cuestiones que predispongan a la neurosis o a la esquizofrenia.

Es de la manipulación malévola de lo que se trata; la que se hace desde fuera, y muchas veces desde dentro del mismo individuo, que por ignorancia es incapaz de darle la vuelta a una forma de pensar y, sobre todo, como protagonista de este o aquel acontecimiento donde se nota ajeno de sí mismo, como un extraño que al mirar alrededor terminará dándose cuenta de que su peor y más agresivo enemigo lo lleva dentro. Se lo han colocado ahí y solo se percatará de ello cuando, sometido a esa lastimosa autofagia, apenas quede nada de él.

Controlar al ser humano desde las atalayas del poder ha sido uno de los sueños de los poderosos y de los tiranos, y no cesan en pensar que al fin pueda llegar el día en que por medio de control remoto se puedan amansar voluntades, que las condicionantes culturales y hasta políticas se puedan tergiversar y las opiniones furibundas y razonadas se disloquen en un espacio amplio donde la convivencia se amortigüe, se estolidice; es, desde luego, la constante sobre la cual se ha ido tras de ella, más aún que hacia la búsqueda del elixir de la eterna juventud.

El lavado de cerebro, la despersonalización hasta llegar a la uniformidad donde uno se ve igual al otro, donde la diferencia se difumina y el discurso, si se tiene, es el mismo; y lo peor es que sea no por medio de la palabra, que de alguna manera marca y distingue, sino desde el gesto que más comunique y se acepte, sin apenas darnos cuenta de que induce hacia el retroceso mental y a la iniquidad del ser.

Métodos hay innumerables a la vista de cualquiera, y otros que de manera subrepticia funcionan sin darnos cuenta de su efecto perverso, desde la drogadicción, cuando no existe un debido control social y terapéutico, hasta la inmundicia panfletaria, puesta en rodaje por falsos profetas que intentan y no se cansan de hablar de paraísos terrenales que se llega a ellos por medio de la sumisión, del adulamiento y de la hipocresía.

Quizás el método de control mental más al uso es la manipulación, y el que más está a la venta y se encuentra en cualquier farmacia como pócima antiemética; y que circula por el mercadeo de la vida desde el resabio y el complejo de inferioridad, generando, sobre todo a los que comparsean alrededor de sus insulseces, maldad e hipocresía, y hasta llegan a creerse, desde su poder fatuo, que son más que nadie, juzgadores del mundo, sin mirarse el ombligo, sin recordar sus viejas traiciones, que las tienen ocultas y que las ponen en funcionamiento en el intento de aniquilar aquello que se interpone en su paso si es que no les ríen las gracias que desprenden desde su cortedad mental.

Zafarse de los manipuladores y de los que en la vida van por ahí con esa etiqueta no es fácil, porque son detentadores de un falso entusiasmo a la vez que prometen multitud de exquisiteces que se van a encontrar todos aquellos que haciéndoles coro y ya con un descontrol mental asumido pagan las inconsecuencias de sus rancias fórmulas magistrales.

De ahí que alejarse de estos controladores que están inmersos dentro de artefactos llenos de frustraciones, de celotipias y de poca talla personal es una de las tareas que tiene pendiente el ser humano, sobre todo si pretende sobrevivir como espécimen diferenciado y no ser uno más que baile al son de la memez y ramplonería establecidas.