YA HAY nuevo Parlamento en Canarias y su presidente vuelve a ser mi admirado Antonio Castro, a quien conozco, aprecio y tuve amistad con él desde que ocupó, años atrás, la Consejería de Agricultura del Gobierno de Canarias y realizó una buena gestión. Hace tiempo que no veo a Antonio, porque ya no asisto a actos oficiales para informar como lo hacía antes, pero me alegra saber que el amigo sigue en perfecta forma y acomete con entusiasmo y con ganas de servir a su región y, de refilón, a su querida isla de La Palma, en la legislatura que empieza, que es la octava. Le deseo mucha suerte, que la necesita para lidiar con los miembros de los diversos partidos que, en su mayoría, se rigen según extraños pactos que casi nadie entiende. Pero, como decía mi malogrado y muy querido amigo Julián Hernández, concejal que fue del Ayuntamiento tacorontero, con estos bueyes tenemos que arar.

En otro frente, no menos agitado, que es el Ayuntamiento de Santa Cruz, donde manda un nacionalista con la venia del PSOE, ya han trascendido al asombrado pueblo los roces, las fricciones y las contradicciones en el pacto contra natura CC-PSOE, como era de esperar, y no serán las únicas. El tema de la discordia ha sido la inmigración, que ni puñetera falta que hace, con perdón, en cualquier Ayuntamiento, porque las atribuciones correspondientes deben depender del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Dicen que se trata de un error en la difusión del reparto de concejalías entre los miembros de los partidos del pacto, lo que obligó al señor alcalde, don José Manuel Bermúdez, a rectificar al día siguiente y pasar esta concejalía, otorgada al nacionalista Hilario Rodríguez, al área de Servicios Sociales, de la que es responsable el socialista José Manuel Arocha. Se informa de que los partidos del pacto restaron importancia al error, a pesar de lo cual, al día siguiente de este choque, seguían dándose explicaciones no coincidentes.

Ante este primer tropiezo, uno, que no quiere figurar como ave de mal agüero, cree que por algo se empieza y que el porvenir de la gestión municipal santacrucera en estas manos no parece muy halagüeño. Y eso que Miguel Zerolo, antes de su retirada de la Alcaldía, mandó a la prostituta rúa a nada menos que sesenta y seis empleados municipales, todos ellos eventuales, en su mayoría, ocupantes de cargos de confianza y asesores de la anterior corporación y de otros organismos autónomos. Y así quedan las cosas de momento, aunque un servidor, en nombre de muchos ciudadanos sufridores de desmanes, pediría al señor alcalde que se dé un paseo por las calles de Santa Cruz y, en una libreta, más bien con bastantes páginas, vaya tomando nota no solo de lo mal que están el barrio del Toscal y otros de la ciudad, incluidos los muy poblados del extrarradio, como Añaza, García Escámez y el Taco no lagunero, sino que pase simplemente por la avenida de La Salle, para que observe cómo la tal vía la usan los conductores de los coches como pista de competición automovilística de velocidad, y lo mismo la calle Carlos J.R. Hamilton del, pomposamente, llamado Centro Residencial Anaga. Y que haga pronto esos paseos antes de que se produzcan accidentes que costarán vidas. Al ex don Miguel Zerolo se lo hice saber en varios comentarios, pero ni caso, oiga. Se entretuvo en colgar esos infantiloides carteles en la avenida de las Asuncionistas-Reyes Católicos, los cuales, en lugar de llamar a la prudencia, despiertan cabreos por el contenido de sus textos.