1.- Lo del senador gomero CasimiroCurbelo es el precio de la permanencia en el cargo. Lleva tanto tiempo en él que va, se carga y cree que puede romper mesas, discutir con las señoritas de dudosa reputación y arrancarle la botonadura a un guardia de puerta. Si uno es senador tiene que saber beber. Y, además, es malo, muy malo, alardear de cargo público en momentos tan delicados. Ahora Casimiro debe dimitir porque un padre de la patria no puede andar por ahí zarandeando a los gendarmes. Además, no es muy elegante que un senador se pasee por las casas de putas de la Corte, por muy apetitosas que estén las balcánicas, que lo están. Casimiro ha quedado como un putañero y, además, ha arrastrado a su desabrido vástago en el escarnio, lo que tampoco parece cosa buena. Los dos han entrado en el talego, esposados, como vulgares delincuentes, lo que parece excesivo por romper una mesa y discutir precios con dos fulanas, pero no por agredir a un policía y más de manera tan innecesaria (aunque yo considere que nunca es necesario mamporrear a un gendarme, ni siquiera al de Saint Tropez). Nadie puede sustituir en las anécdotas amorosas al genial don José María Hernández-Rubio y Cisneros, catedrático de Derecho Político que fue de la Universidad de La Laguna. Don José María vivió un tiempo en unas habitaciones que para huéspedes ilustres había dispuesto el Casino de los Caballeros de Santa Cruz -hoy Real Casino-. En una fiesta de Navidad llegó don José María a la puerta con dos fulanas que montaban notable escándalo, colgadas de sus brazos. El portero, de forma educada, lo interpeló: "Perdón, don José María, pero usted no puede entrar a la fiesta con estas dos señoritas de dudosa reputación". El profesor, igual de cortésmente, se dirigió al portero: "¿De dudosa reputación, dice usted?; no, no, estas son putas. Las de dudosa reputación son las que están dentro". Don José María me confirmó la autenticidad de la anécdota, en una comida memorable que tuvimos en un restaurante de Santa Cruz, hace ya muchos años. Me parece que en esa comida me regaló un libro de fotos sobre Fuerteventura, que conservo.

2.- Volviendo a Casimiro, lo que en principio fue una discusión con fulanas se convirtió luego en un lance con maderos, que ya son palabras mayores. Según cuentan los periódicos, Casimiro se había mandado un atracón de mariscos, con su hijo y un amigo. Y se fue a Azca de pastoreo. Y allí, en una de esas saunas de nombre tan impropio como original (porque antes se llamaban casas de putas, más finamente casas de lenocinio y, ya en plano local, casas de tapadillo, aunque los catalanes las denominan meublés), Casimiro se puso a lo suyo y discutió con dos señoritas de dudosa reputación, según el portero del Casino, y putas según el profesor Hernández-Rubio. Y parece que la discusión, que no sabemos si fue por insatisfacción manifiesta, por asuntos de tarifas o por amor (por amor no creo), derivó en un ataque de nervios del gomero, que rompió una mesa, según algunas crónicas, preso de la ira. Primero preso de la ira y después preso/preso. Aquí se pierde el hilo porque no se sabe si llegó la policía, alertada por la seguridad de la sauna, o fue el propio senador quien acudió a una comisaría próxima a denunciar el lance. Sea lo que fuere, ahí tenemos al bravo gomero arrancándole la camisa a un guardia y produciéndole lesiones, que fueron denunciadas. "Dése preso", gritó la pasma, que lo redujo y lo esposó, a él y a su hijo; y pa dentro. Discusión, frases como "ustedes no saben con quién están hablando" y esas cosas, incluida ésta: "A mí no me detiene ni la Guardia Civil". Para qué fue aquello, con la rivalidad que existe entre cuerpos. El bueno de Casimiro, el vástago y al parecer el amigo (aunque este último se comportó) acabaron sentados en la mazmorra hasta que llegaron los auxilios. A mediodía del jueves salían de la comisaría Casimiro y su pintoresco séquito, descamisados y ya sin pedo aparente.

3.- Y es que irse en Madrid de fulanas, y después de una mariscada, siendo senador, es muy peligroso. Porque la euforia que causa el albariño, la despedida del curso en el Senado, la proximidad de las elecciones, la fiesta por el nacimiento del candidato Rubalcaba y las tentaciones de la carne derivan, o pueden derivar, en estos episodios. Nunca mejor empleada la expresión de que aquellos polvos trajeron estos lodos. El refocile del isleño desagallado -los argentinos dicen descangayado, confundiendo el desagalle con el descangaye- que va a Madrid a desfogarse ha tenido en el pobre Casimiro el mejor exponente. Y, ay, horror, ay desasosiego, ay puerco destino, se topa con la pasma, que es muy suya en el trato por igual a un senador y a una señorita de dudosa reputación. Y la cagó. Vamos a ver qué hace ahora. Porque, uno, tendrá que dar explicaciones en casa; dos, habrá que contar una versión creíble a los atónitos gomeros (gomeranos, como los bautizó el inolvidable poncio QuirogadeAbarca); tres, deberá dimitir como senador, como ya pide el PP y parte de la prensa afín; y, cuatro, ha dejado chiquito al pijama de Bravo de Laguna. Esta crónica bufa no acaba aquí. Con lo que padecen los pobres gomeros con los chistes a su costa, no les queda nada ahora con este follador rampante trincado in fraganti. Ni siquiera el guanche del Lance pasará a la historia con tanto afán como el bueno de Casimiro, en su paseo erótico por Madrid la nuit. En vez de hacer footing por las veredas del Garajonay, se va tan lejos a hartarse de marisco del Cantábrico y del otro.

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