El optimismo, a una edad madura, ya no tiene retorno. Por eso Zapatero, eternamente víctima de sus circunstancias, trata de agarrarse a un euro ardiendo para creer que las cosas pueden cambiar. Basta un acuerdo de rescate, cuyo efecto puede durar unas semanas, para que crea que los "brotes verdes" darán un pequeño fruto de alivio para aminorar la catástrofe.

El tiempo es el peor enemigo del PSOE, porque va a rematar el aguafuerte de la tragedia de la economía española; y no solo de la economía sino de la crisis poliédrica de valores que hace que los indignados estén caminando con temperaturas de más de treinta y cinco grados para establecer su presencia y su vigencia en Madrid.

El desencanto no amaina; los despidos se siguen produciendo y la perspectiva de que la economía crezca por encima del 2,5 por ciento para crear empleo es solo un espejismo a medio plazo. El caso Camps, dado el cinismo con que el PP maneja los casos de corrupción, puede incluso mejorar las expectativas de un Rajoy que cumple el guión de don Tancredo sin levantarse en ningún momento de la hamaca en la que yace.

La disyuntiva es el tamaño de la catástrofe del PSOE. Algunos dirigentes históricos que han permanecido callados por entender que hablar sería empeorar las cosas de Ferraz están manejando quinielas. Por debajo de ciento quince escaños sería necesaria la refundación del partido. Y sobre los 120, los actuales gestores, todos vicarios de José Luis Rodríguez Zapatero.

La disolución de las cámaras no se puede hacer cualquier día, porque hay unos plazos constitucionales para convocar las elecciones. Y no sería razonable que el PSOE le anticipe sus planes. Pero si el presidente se empecina en agotar la legislatura, el calvario será peor y las contradicciones entre lo que promete Rubalcaba y lo que hace el Gobierno, cada vez más insoportable.