HABÍAMOS presenciado en el No-Do, en las películas que daba el cine Álamo combates de boxeo, de Fred Galiana, de Young Martin , de Joe Louis, pero en realidad nunca habíamos tenido la oportunidad de ver de cerca unos guantes de boxeo, y menos hacer alguna que otra práctica de este deporte hasta que llegó de Santa Cruz Ceferino. Éramos chicos entre 15 y 18 años, entre ellos Ramón, Ceferino, Pepe Reboso, Manolo Trujillo, Antonio Pita, Raúl Álamo, Fernando Rivera, Leopoldo el limpiabotas, Vicente Plasencia y algunos más.

Ceferino había practicado el boxeo en una sala de Tenerife, y nos sorprendía porque le faltaba el cartílago nasal, condición inexcusable e indispensable para la práctica del boxeo; y la verdad que ante nosotros legos, y mucho menos que amateurs en este deporte, era un estilista y había que estar muy fino para que en aquellos primeros escarceos no te dejara KO.

En la trasera del Bar Armiche, que era un patio grande y que luego dio nombre al equipo de fútbol, estuvo el primer y único ring del Valverde de aquel tiempo. Allí hicimos prácticas y la verdad es que la afición se fue diluyendo poco a poco porque, a excepción de Ceferino que podía considerarse un profesional ante los neofitismos y superamateurs de nosotros, solo destacaba la rocosidad física de Pepe Reboso. El resto éramos meras marionetas de los puños enguantados del experto

Había en aquellos años no muchas distracciones para la juventud; las fiestas eso sí, el fútbol y los bailes en los diferentes pueblos, que donde más íbamos por su proximidad era El Mocanal. Había entre la juventud de El Mocanal y de Valverde muy buena sintonía y compenetración, además de amistad, que fue en algunos casos agrandándose en el tiempo.

Recuerdo estar en un baile en Erese, donde los de la villa habíamos ido, y se notaba una cierta reticencia por parte de los chicos de allí hacia nosotros, y tocaba bailar por turnos: el de los forasteros, el de los casados, el de los solteros. O sea que nos tocaba cada tres piezas, y como lo más que abundaba era las isas y cantaba uno y otro, se hacían o bien interminables o duraban bien poco, según la pareja que te había asignado la mayoría de las veces el azar y que la madre de la muchacha con la mirada casi le había consentido que bailara con un forastero

Pero en esto que se da la equivocación en el turno y sin tenerlo entramos en la sala y dirigiéndonos hacia la que previamente habíamos ojeado, cuando sentimos que nos pone la mano en el hombro el presidente de la sociedad y con muy buena educación nos conminó a salir fuera del salón porque nos habíamos colado, dado que era el turno de los solteros del lugar, lo que así hicimos. Sin embargo, se ve que esta chica tenía algún pretendiente y cuando fuimos a la cantina nos cogió por parejo y se puso gallito, con toda la razón del mundo, pero cuando se enteró de que entre nosotros había un practicante del boxeo todo se quedó en tomar juntos unas copas de Anís del Mono y santas pascuas.

Los guantes de boxeo que trajo a la isla Ceferino fueron novedad, como todo aquello que habíamos visto desde la distancia, y aunque apenas influyó en nuestra afición, al menos sí fue un descubrimiento de una faceta del deporte que solo en aquellos momentos descansaba en la práctica del fútbol y de la lucha canaria .

De ahí que no es malo recordar estas cosas, y mejor aún que sea durante el verano que acudan a la memoria y que sirven, seguro, a Ceferino, a su familia y a todos los que aún andamos por la vida y que sentimos El Hierro y sus cosas como el primer día, revivir aquello que nos produjo hasta perplejidad, como fueron los guantes de boxeo, que pesaban un quintal, difíciles de manejar y que solo el experto era capaz de deslumbrarnos con sus fintas, juego de piernas y sus certeros "punchs", pero siempre desde la amistad, que era lo mejor y más interesante.