LOS PARTIDOS políticos han dejado de ser el vehículo para que los ciudadanos ejerzan su voluntad democrática; ahora son ellos quienes administran la democracia a su antojo mediante una fórmula eficaz: ustedes votan y nosotros pactamos. Sin ánimo de ser más reiterativo de lo necesario -ni tampoco menos-, este despropósito se arreglaría en buena parte con la sustitución de las listas cerradas por las abiertas. Algo de lo que se habla con mucha frecuencia sin que se alcance a entender cabalmente el concepto. Las listas cerradas son algo parecido a comer los platos que están en el menú por el orden en el que alguien decide servírnoslos; las abiertas nos permiten elegir a la carta. Los políticos que me gusten de un partido, de otro y de otro; es decir, posibilitan optar por los políticos, no por los partidos en sí mismos. Cuántas sorpresas se llevarían algunos.

Huelga decir que no van a ser los partidos quienes tomen la iniciativa de cambiar esta situación. Nadie hace algo para perder poder porque con las listas abiertas se acabó la disciplina de partido, y sin ésta se acabaron los partidos como los conocemos hoy. Por eso resulta de agradecer que algunos ciudadanos hayan decidido indignarse y salir a la calle. Nada que objetar al respecto. Lo preocupante es el cariz de algunas consignas. Verbigracia, ese llamamiento ahora a una huelga general, inclusive internacionalizada. No voy a decir que no es el momento económico -que no lo es- de tomar la calle con huelgas no reivindicativas de unas mejores condiciones laborales, lo cual siempre es defendible, sino con paros revolucionarios cuyo objetivo puede ser arrasar el solar para luego construir un mundo distinto, aunque no un mundo necesariamente nuevo.

"La indignación ya no basta". Este es otro de los lemas. ¿Y cuál es el límite? ¿Prenderle fuego a todo? El sistema está corrompido; por supuesto que sí. No gobiernan quienes ganan las elecciones sino quienes se apañan después de haber perdido; eso también. Lo vimos en Canarias hace cuatro años y lo hemos vuelto a ver ahora.

La gente se solivianta en los plenos de los ayuntamientos al comprobar cómo se recortan gastos en ayudas sociales mientras los políticos, en algunos casos, se suben los sueldos; algo que tampoco es nuevo bajo el sol. Y así podríamos enumerar bastantes injusticias más. Negar la imperiosa necesidad de un cambio supone negar una mera cuestión de justicia. Lo que no tengo claro es la conveniencia de un sistema asambleario para pilotar ese cambio. Fundamentalmente porque las decisiones que se adoptan en una asamblea no las toman quienes participan en ella; las toma quien dirige esa asamblea, desde dentro o incluso a distancia. Decide alguien que sabe manejar los hilos en cada momento. Está en los manuales de psicología social. ¿Y quién es ese alguien en el caso de los indignados españoles? Basta pensar en quién tiene los medios, el motivo y la oportunidad. ¿A qué partido político le beneficia esto y a cuál le perjudica de forma manifiesta? ¿Qué medios de comunicación llevan dos meses fervientemente entregados a la causa del 15M? Qué preguntas y, sobre todo, qué interesantes respuestas.