MENOS mal que entre tanta aflicción como la que padecemos en estos días siempre hay un cómico dispuesto a alegrarnos la jornada. Digo cómico y no payaso o bufón para tener la fiesta en paz; al menos en el comienzo de estas líneas. Ayer por la mañana el Servicio Canario de Empleo (sustituto en las Islas del antiguo Inem) daba a conocer que el número de desempleados en el Archipiélago había aumentado en casi ocho mil personas durante el mes de noviembre; un 3,08% más que en el mes anterior. Un guarismo que eleva a 266.213 el número de parados en Canarias. Número oficial, hay que aclararlo, o cifra de personas que se han inscrito como demandantes de empleo, ya que la encuesta de población activa arroja unos dígitos más elevados. Un resultado normal y habitual, pues no todos los que carecen de trabajo se apuntan al paro, como diría el belillo. No obstante, hay más datos desoladores; verbigracia, el hecho de que la Seguridad Social haya perdido 4.522 afiliados en el último año. Suma y sigue, pero no importa.

No importa porque, como digo, siempre hay un humorista presto a arrancarnos una sonrisa incluso en las peores circunstancias. Papel que en esta ocasión ha asumido por decisión propia, y supongo que bastante regocijado por ello, Gustavo Santana, honorable y muy meritorio secretario general de UGT en Canarias. Después de un profundo estudio del asunto, incluidas varias noches de forzado insomnio y somnoliento estudio de muchos y voluminosos informes, ha llegado a la conclusión de que los datos del desempleo en noviembre confirman que las Islas tienen un paro estructural y que las políticas aplicadas ante la crisis no han dado resultados. Supongo que para decir esto no hace falta pasar por Harvard; a decir verdad, no hace falta ni darse una vuelta por el campus de Tafira. De ahí que haya optado por la acepción desternillante de la aseveración en vez de ponerme serio y mosquearme.

Durante muchas décadas, y me atrevería a decir que incluso durante un par de siglos, la gran desgracia de este país fue el centralismo de la Corte. Algo a lo que se quiso poner remedio durante la Segunda República, aunque sin demasiada fortuna. Una vez iniciada la transición democrática optamos, sobra recordarlo ahora, por el Estado de las autonomías. Treinta y seis años después de aquello nos hemos dado cuenta -algunos no, pero no porque no sea cierto, sino porque les conviene- de que el remedio ha sido peor que la enfermedad pues a día de hoy, absurdo es negarlo, una de las grandes desgracias de este país son las autonomías. Pero solo una desgracia; las otras dos son los políticos y los sindicatos con sus correspondientes sindicalistas, si bien no sabría decir en qué orden. A buenas horas se pone alguien a hablar de paro estructural cuando, finiquitada la construcción en masa y arrinconada la agricultura, no hay otro empleo multitudinario por estos alrededores que servirles güisquis y hamburguesas a los guiris. Y que no nos falten guiris para servirles. Salvo que uno sea político o sindicalista -también vale ostentar la categoría de niño de papá- porque en ese caso consigue un puestito hasta bien remunerado con independencia de la que está cayendo y de que el paro sea estructural o del otro. Vete por ahí.