SOLO en el número de departamentos y en algún nombramiento de segundo nivel sorprendió Mariano Rajoy. Tanto se había hablado de recortar la fronda administrativa y tanto se había filtrado que su Gobierno no tendría más de diez ministerios ("once, como mucho", le oí decir cuarenta y ocho horas antes a uno de los elegidos) que hemos de tomar como una sorpresa este incumplimiento de los anunciados recortes en el funcionamiento de la Administración central.

El segundo apunte es el de la previsibilidad. Un rasgo propio del nuevo presidente del Gobierno, como él se encarga de resaltar. Buena noticia. Aunque hizo bandera de la discreción en los nombramientos, finalmente no jugó a sorprendernos, sino a formar un equipo solvente. La solvencia combinada con la lealtad a un proyecto y a un líder es un bien escaso. Si añadimos que Rajoy no es hombre propenso a la extravagancia, tampoco podían equivocarse tanto las quinielas previas.

No se equivocaron en lo principal. Soraya de número dos en el organigrama y Guindos de hombre fuerte como clave de bóveda. Soraya para coordinar el quehacer de los ministros y la iniciativa legislativa del Gobierno. De Guindos y Montoro para afrontar los retos de la economía, que constituyen el 80 o el 90 por ciento del programa presentado por Rajoy ante el Congreso en su reciente debate de investidura.

Prácticamente toda la acción política del nuevo Ejecutivo cuelga de los consabidos desafíos: crecimiento, empleo, contención presupuestaria, austeridad, etc. En ese sentido puede decirse que, de Rajoy abajo, Soraya se queda nominalmente con el arma política de la primacía entre iguales. Correcto. Pero la potencia de fuego es para el ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos. En tándem con el de Hacienda, Cristóbal Montoro, que será el severo vigilante de la playa en materia presupuestaria.

En esa clave ha de interpretarse la futura gestión del resto de los ministros. En algunos es de cajón, como Fomento (Pastor), Industria (Soria), Agricultura (Cañete) o Empleo (Báñez). No olvidemos que, además del poder inversor del Estado, está el poder gastador del Estado. Se localiza este en todos los ministerios, en unos por su propia naturaleza, como los responsables de la Seguridad Social y los servicios sociales (Báñez y Mato), y en otros porque lo mandan las circunstancias. Por ejemplo, el Ministerio de Asuntos Exteriores (García Margallo) será de hecho, aunque no en el organigrama, un brazo más del Ministerio de Economía en la restauración de la marca España en el exterior. O el Ministerio de Defensa (Morenés), que ya no está pensado para defendernos de una invasión exterior, sino para crear riqueza en el sector industrial, y por eso se ha nombrado a un hombre relacionado con el sector de la seguridad y la fabricación de armamento.