La expectación quedó justificada. Esta vez, el discurso de Nochebuena del Rey fue, como se preveía, diferente. La clásica enumeración de temas, igual cada año, fue sustituida por una esperada alusión de condena a las "conductas irregulares" que no se ajusten a la ley o a la ética, especialmente cuando estas conductas provienen de gentes conectadas con las instituciones. No es preciso ser un genio para darse cuenta de que Don Juan Carlos, al pedir que no se generalice a todo el sector público ni a todos los empresarios la lógica condena de la sociedad a estas conductas, estaba hablando del escándalo en el que se ha visto envuelto su yerno, Iñaki Urdangarín, al que, por supuesto, no citó expresamente. Pero no olvidó decir que cualquier actuación censurable, provenga de quien provenga, debe ser tratada de acuerdo con la ley. Más claro, imposible.

Serio, muy serio, sin una sola fotografía familiar en el marco elegido del palacio de La Zarzuela -escogió una imagen del propio Monarca entre Zapatero y Rajoy, para simbolizar su llamada a la unidad política--, el jefe del Estado comenzó sus diecisiete minutos de mensaje reconociendo que este ha sido "un año difícil y complicado para todos". "Hay que reconocer con humildad los comportamientos en los que hayamos podido equivocarnos", fue una frase en la que pueden atisbarse algunos indicios de autocrítica.

Este año, el discurso real fue mucho más comprometido, mucho menos rutinario. Cada frase estaba muy, muy pensada -no ha habido intervención del Gobierno en el texto- y escondía mensajes comprensibles, pero no explicitados. Habló de la crisis, de los parados, como no podía ser de otra forma. Y, como siempre, de la necesaria unidad entre las fuerzas políticas. Pero también admitió que le preocupa la naciente desconfianza de los ciudadanos "respecto al prestigio y credibilidad de algunas instituciones", que son, agregó luego, necesarias para la buena marcha del país.

Yo diría, sin innecesarios juegos de palabras, que, en su mensaje, el Rey dio a entender que él sí ha entendido el mensaje, y habló de la disponibilidad de la Corona al servicio de los españoles, sin olvidar -no siempre lo ha hecho de manera tan clara- elogiar la labor del Príncipe en este servicio: no había fotografías de Don Felipe, pero sí una mención contundente y pienso que muy significativa al heredero del trono.

Sí, algo está cambiando muy profundamente en la Monarquía española, la institución más sólida con que cuenta el país. Y el mensaje de este año del Rey, que solamente se complació algo en el fin del terrorismo, aunque señalando que ETA no puede darse por oficialmente desaparecida, certificó que sí, que algo tiene que cambiar para que la necesaria pervivencia de esa Monarquía siga libre de sobresaltos.