TAL VEZ algún día muchos en este país dejen de confundir sus intereses sectoriales con los generales. Eso por un lado. Por otro, tampoco estaría de más que alguien le echara un vistazo a lo que ocurre por ahí fuera antes de anunciar las funestas consecuencias que, a su docto entender, nos aguardan si adoptamos medidas vigentes desde hace tiempo en otros pagos con mejor economía.

Uno de los últimos sabios que han saltado al foro para sentar cátedra en la siempre controvertida ciencia económica ha sido Jorge Marichal, a día de hoy presidente de la Asociación Hotelera y Extrahotelera de Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro; es decir, Ashotel; para entendernos abreviadamente y sin tanta pompa territorial. Considera el señor Marichal que la medida anunciada por Rajoy para racionalizar los puentes beneficiará a algunos destinos y perjudicará a otros, entre ellos Tenerife.

Las comparaciones no es que sean odiosas; son lo que son. Pero a veces conviene hacerlas. Conviene, sin ir más lejos -o alejándonos del terruño todo lo que sea preciso- ver lo que hacen los gringos con sus fiestas. La del 4 de Julio no la mueven. Y el Día de Acción de Gracias, pues tampoco ya que siempre la celebran el cuarto jueves de noviembre. De las demás festividades, pocas se salvan de trasladarse a viernes o a lunes (casi siempre a lunes).

Una juiciosa costumbre que no acaba de entrarnos. Lo que acaba de ocurrir con la semana del Día de la Constitución y la festividad de la Inmaculada es una vergüenza considerando no únicamente la situación económica en que nos encontramos, harto delicada, sino también lo que previsiblemente nos aguarda durante los próximos meses. Ojalá que no, y lo digo más en tono suplicante que de convencimiento, porque no soy de los que apuestan por el "cuanto peor, mejor"; nunca he tenido vocación de masoquista. Por lo demás, supongo enterado al señor Marichal de que Estados Unidos no es el país con mayor número de visitantes (en 2010 lo fue Francia con 73,6 millones de turistas internacionales, seguido por España con 60,1 millones y Estados Unidos con 59,7), pero sí el que obtiene más ingresos por esta actividad: casi 80.000 millones de euros en 2010 frente a unos 40.000 millones de España que, dicho sea de paso, ocupa el segundo lugar en este epígrafe, esta vez por delante de Francia. Estamos hablando del año 2010. Los guarismos del actual, ya próximo a concluir, van a ser mejores porque la afluencia de extranjeros ha sido superior y el gasto medio por turista no ha decaído. Lástima que en el caso de Canarias tan buenas cifras apenas se han visto reflejadas en la disminución del paro, aunque ese es tema merecedor de un folio monográfico.

Sea como fuese, las asociaciones empresariales de la hostelería han cifrado entre 100 y 200 millones de euros de beneficios adicionales obtenidos por el sector en el mencionado acueducto semanal, mientras que se cifra en 1.200 millones de euros el coste de la productividad perdida durante esos festivos encadenados. Resulta evidente, sin necesidad de recurrir a una calculadora, que sale a cuenta regalarle esos 100 ó 200 millones a los hoteleros, restauradores y similares, y ahorrarle 1.000 millones al PIB nacional. Además, tendríamos el beneficio añadido de mantener la cultura de las ayudas en un país, sobra decirlo porque es harto conocido, donde abundan más los llorones de la subvención que los auténticos empresarios.

En fin, como no puede haber un buen pastel sin su correspondiente guinda, el broche de oro, platino y hasta diamantes a esta discusión lo ha puesto Carlos Alonso, consejero de Turismo de Tenerife. "Desde el punto de vista económico -eso ha dicho-, el debate sobre la mejora de la efectividad a tenor de la racionalización de los puentes es un tanto absurdo, dado que lo que importa no es el tiempo dedicado al trabajo sino la productividad". Yo diría que importa el tiempo y la productividad, aunque en cualquier caso, qué portento de consejero. Cuánto desperdicio de materia gris dedicada a triviales temas vernáculos. Como se entere Merkel, le entrega un pasaporte teutón y lo nombra ministro de Economía. Y si es Obama quien lo descubre, manda a un equipo de marines a que lo secuestren; no para convertirlo en secretario del Tesoro, por supuesto, sino para encerrarlo en Guantánamo de forma que solo las cacatúas de Caimanera puedan oír semejantes paridas.