DÍAS de Navidad. Ambiente fraternal. Gente encantadora que irradia amor y solidaridad. Música de villancicos que invita a las charlas de familia, aunque las palabras y los gestos de cuando los seres humanos nos mirábamos los unos a los otros a los ojos, sin televisión o móvil de por medio, ya son un recuerdo. Días de emociones contenidas, de esas que te escarban adentro y resucitan sentimientos, cosas viejas que humedecen los ojos y la memoria. Gente que se mueve por la calle entre otra gente con la que comparte deseos de amor y felicidad, ilusiones y sueños. Las sonrisas. La bondad. El calor solidario de los que parecen conocerse de toda la vida. Pero tú sabes, porque recuerdas, porque, pese a todo, no han logrado confundirte por completo la memoria, las sensaciones, el olor de aquella Navidad de antaño que nada tiene que ver con la que hoy se vive y te sientes estafado, pues nada es casual ni espontáneo en este aparente mundo feliz que se extiende a nuestro alrededor y que los grandes almacenes pretenden recrear, apelando a ese niño que todos tenemos dentro, invitándonos a entrar en el juego.

La magia de la Navidad eran unos chicos con pantalón corto y la nariz pegada a los escaparates, con el frío en las orejas. Niños con bufanda y botas de agua -pues hasta los inviernos eran diferentes-, que lo miraban todo con ojos abiertos por la ilusión y el asombro. Abuelos que esperaban en casa. Párpados abiertos en la oscuridad, a la espera del ruido que delatase a Melchor, Gaspar y Baltasar encaramándose al balcón, entrando por la puerta trasera o rebuscando en el interior de los armarios. Panderetas, sidra y turrón; truchas y rosquetes; postales de Navidad y guardias de tráfico que siempre parecían buenos, contagiados del espíritu de solidaridad, tan lejano y extraño en los hoy uniformados, siempre a la caza del coche que se detiene, por un momento, para cargar sueños.

El basurero le desea felices Pascuas. El cartero le desea felices Pascuas. La abuela coleccionaba todas estas papeletas en la mesa de la entrada. Villancicos y mucho "ding, dong" en la publicidad de la tele. Hijos, nietos y yernos sonreían comprensivos mientras esperaban el milagro de la cena. Los más jóvenes haciendo bromas y felices, abrazándose incluso con espontánea camaradería en torno a un belén en el que los pastores nunca han guardado proporción con el tamaño de las casas. Y la verdad es que en aquella Navidad todos se querían. Y me querían. Los veo pasar por la memoria como si fueran un anuncio en blanco y negro, mecidos por la música de Lo Divino, mientras soñaban con que cayera la nieve al otro lado de la ventana. El árbol decorado iluminaba la esquina, se apagaba la tele y se sonreía, dejando que el cuerpo se moviera con el ritmo pegadizo del du-duá navideño, mientras en nuestra Arcadia feliz regalábamos besos y parabienes. Estábamos convencidos de que amábamos a nuestros semejantes y viceversa, soñábamos con el Gordo de la lotería -que en este año tampoco nos tocó- porque un señor calvo y un niño con bufanda, en un mundo cálido en blanco y negro, nos invitaban a jugar. Pero aquí, en esta Navidad de 2011, falla algo, hay una nota discordante que nos hace despertar a la cruda realidad que vivimos.

Ahora la Navidad sale en el telediario, todos somos un remedo de cualquier tiempo pasado, una mala caricatura de la felicidad, fantasmas resucitados por el oportunismo comercial de los de siempre. Te preguntas dónde está la ilusión y no hay respuesta. Ya no está. La mataron los gobernantes con su mala administración, los banqueros y los tertulianos de los medios de comunicación, empecinados en hablar y dar datos de una crisis que nos ha borrado la memoria de esos tiempos pretéritos en los que nuestros gustos eran más frugales, pero las emociones más grandes. Ahora hay paro, mucho paro, y también hambre, proliferan los comedores de caridad y hay colas en los ayuntamientos para pedir ayudas sociales. Pero lo más triste es que muchos niños, por más que abran los ojos en la oscuridad, no descubrirán a los Reyes Magos.

Charles Chaplin dijo: "La vida es una obra de teatro que no permite ensayos. Por eso canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida antes de que el telón baje y la obra termine sin aplausos". Yo, por si acaso, voy a guardar el libreto como recuerdo.