SOSPECHO que tengo bastante que ver con el "lanzamiento" a la política de Ana Botella, que este martes se convierte en alcaldesa de Madrid. Recuerdo una cena, ocurrida ya hace casi veinte años, en la que participábamos tres periodistas de una cadena de televisión, José María Aznar, entonces ya expresidente de Castilla y León y presidente del PP, y su esposa. De sopetón, hicimos a la señora Botella la oferta de la que los tres informadores habíamos estado hablando previamente y que a mí se me había ocurrido un par de semanas atrás: que se convirtiese en comentarista de un programa informativo. Aznar dijo de inmediato "no", pero ella prometió que lo pensaría. Sabíamos que teníamos como cómplice al entonces jefe de comunicación del PP, Miguel Ángel Rodríguez, y que lo más probable era que, pese a los recelos del entonces líder de la oposición, la respuesta acabase siendo "sí", como, de hecho, así resultó.

Sabíamos que había nacido una vocación política. Por eso, siempre estuve seguro de que Ana Botella llegaría a ocupar un lugar destacado, fuese o no por carambola, como es el caso. Y ello al margen de la carrera de su marido. Y ahora, cuando Aznar es un expolítico que, más allá de la Fundación Faes, apenas interviene en la marcha de los asuntos del partido que él refundó, doña Ana pasa a ocupar el sillón municipal más importante de España, un sillón con un presupuesto que para sí lo quisieran casi todos los ministerios y con un poder que envidian todos los ministros, sin excepción; conozco bien los entresijos de la Corporación madrileña y sé que no exagero.

He sido, y soy, un crítico convencido de la actuación de Alberto Ruiz-Gallardón al frente del Ayuntamiento: ha gastado demasiado dinero en faraonismos, ha dejado endeudada la ciudad hasta para nuestros nietos y se ha embarcado en obras perfectamente innecesarias, especialmente en tiempos de escaseces económicas. Cierto que es una figura dinámica y, dicen algunos, atractiva, pero el carisma no me compensa otros excesos ni otras carencias.

Confío en que, al margen de vinculaciones económicas o religiosas que se le atribuyen, Ana Botella sabrá embridar despilfarros y redimensionar muchas cosas, entre ellas el tamaño del despacho del regidor. El ejemplo que dé en este sentido será muy útil cuando el gobierno del partido en el que milita la señora Botella exija sangre, sudor y lágrimas a los españoles. De eso no ha habido mucho, ciertamente, en la etapa que ahora deja atrás, y no precisamente por la puerta de delante, el flamante ministro de Justicia. Espero que Rajoy nos explique algún día el porqué de esta designación, la única que a mí me ha extrañado de todo un elenco ministerial bastante aceptable.

De mi excompañera televisiva Botella y de su indudable sentido común espero muchas cosas. Confío en no equivocarme.