EN ESTA sociedad hay algo que deberíamos hacernos mirar. Se ha devaluado el componente individual. Todo parece formar parte de una conjura que nos endosa a cada uno el papel de autómatas que se mueven dentro de unos hilos predeterminados y previsibles.

La teóloga alemana Jutta Burggraf llama "cadenas de oro" -tiranía del dinero, de las masas o de las costumbres- a los únicos entramados por los que se mueve la gente. Está de moda cantar al unísono, vestirse con la misma ropa, recurrir a los mismos argumentos prefabricados, con las mismas palabras, la misma mirada e incluso la misma sonrisa. Hay personas que ni se dan cuenta de sus cadenas. Se acomodan al espíritu general que les parece obvio. Pero lo que ellas sienten, piensan o dicen no es cosa suya; son los sentimientos, pensamientos y frases hechas que han sido publicadas en miles de periódicos y revistas, en la radio, la televisión y en internet.

Lo hemos visto en Corea, con la muerte del dictador. ¡Menudos llantos! Como las hormigas, sin rostro, ni originalidad alguna; parecemos máquinas programadas en las que no cabe idear o ejecutar algo diferente a lo que se presupone. Quizás hasta han perdido valor los caminos originales, la fuerza, la valentía, la visión o la chispa. La capacidad, la identidad, el trabajo, porque todo se enturbia y en el reguero no queda nada limpio o sano, lo que es o lo que no es, y al final da igual bueno que malo. La individualidad meritoria se diluye en la carta de un menú cerrado del que nadie puede evadirse y que queda escondida dentro de la poderosa corriente colectivista que tiende a despojarnos de lo más recóndito de nuestro ser, con el fin de igualar y masificar a los humanos, si no a todos, por lo menos a los que pertenecen a un determinado estado o partido, asociación concreta o club, comunidad o página web.

José Manuel Soria es del PP. Ya con eso y con ser de la acera de enfrente -en el sentido insular y con respecto a Tenerife- tiene bastante, pero vamos a concederle el beneficio de la esperanza. Es el cuarto ministro canario de la democracia, uno de Arucas y tres de Las Palmas, tras Luis Carlos Croissier y Jerónimo Saavedra, que lo fueron de Industria, Educación y Administraciones Públicas con Felipe González, y Juan Fernando López Aguilar, que dirigió la cartera de Justicia con José Luis Rodríguez Zapatero.

El paisano -de país- ha sido nombrado por Rajoy nada menos que ministro de Industria, Energía y Turismo. ¡Bien! Sinceramente, veo tanto en Mariano como en José Manuel y los demás bastante compromiso y responsabilidad con la situación de zozobra actual. La tarea que tienen por delante es descomunal; en el caso del que fue alcalde de Las Palmas y presidente del Cabildo de Gran Canaria, en la gestión de los tres campos que le han encomendado, es inmensa y seguro que su desafío va más por el lado personal que por el de lo que se le supone en plan negativo puede deducirse de su "cadena de oro". En esa cartera con tres cabezas va a tener que funcionar prácticamente como un tecnócrata, en las orientaciones del Consejo, del propio presidente, del ex Lehman Brothers, Luis de Guindos o de Cristóbal Montoro en el manejo de las perras.

Si nos atuviéramos a las experiencias previas y a sus registros específicos un poco liantes, puede que nos temamos que en base a su poder e influencia, y como hizo López Aguilar, va a castigar al Gobierno (en este caso CC-PSC) de Canarias; en realidad, penalizando económicamente a las Islas. Que va a estar en contra de todo lo que huela a identidad diferencial, cuando en Euskadi y Catalunya las absorben. Que va a actuar de "stopper", vendiéndonos la moto de los recortes. Que no va a intentar que se cumplan los compromisos adquiridos con el Archipiélago. Que no va a hacer nada en concreto para que se asimile correctamente el que tengamos los sueldos más bajos, el desempleo más alto y el mayor nivel de pobreza de Europa, incluida España. Que va a tirar para Las Palmas y para Las Palmas, dando otra vuelta de tuerca para convertirla en la esplendorosa y única capital.

Pero no. Esas probablemente serían reflexiones pueblerinas y de mirarse el ombligo. Hay que confiar en las personas.