Serio y circunspecto, el Rey ha inaugurado la legislatura. En los últimos días la preocupación aflora en el rostro del Rey a cuenta de la crisis provocada por el caso Urdangarin.

Tampoco traslucían alegría los rostros de la Reina y del Príncipe de Asturias. Apenas alguna leve sonrisa se dibujaba en los labios de doña Sofía.

Si en su discurso navideño don Juan Carlos hizo una alusión explícita al problema que le aqueja, reafirmando que la ley es igual para todos y también expresaba su preocupación por las críticas que reciben las instituciones, en el discurso ante las Cámaras volvía a referirse a esta última cuestión instando a sus señorías a defender la dignidad de las instituciones.

Las palabras del Rey en ambos discursos han sido, en esta ocasión más que en las anteriores, diseccionadas intentando entrever su real estado de ánimo. Pero como la cara es el reflejo del alma más allá del contenido de los discursos, solo hay que mirar al Rey para comprobar la evidencia de su preocupación. Tiene motivos para ello. En las últimas encuestas, incluso antes de que estallara el caso Urdangarin, comenzara a percibirse un cierto desafecto, aún leve, hacia la Monarquía.

Y es que la Monarquía es un anacronismo que solo puede justificarse si es útil al país. Hasta ahora lo ha sido. Uno de los pilares de la Transición fue la Corona, o más concretamente la figura de don Juan Carlos. Pero vivimos tiempos nuevos, y es lógico que las nuevas generaciones se pregunten para qué sirve la Monarquía, y el Rey ha dado respuesta en sus dos discursos señalando el papel integrador de la Corona, su función de representar al Estado y a todos los ciudadanos y de anteponer los intereses generales a cualquier interés partidario.

Hasta hoy don Juan Carlos y doña Sofía han cumplido con profesionalidad y entrega esta misión, y quizá por eso todos coincidimos que el nuestro no es un país monárquico, pero sí "donjuancarlista". Y ahí está el quid de la cuestión.

Para sobrevivir, la Monarquía tiene que ser ejemplar. Lo tienen que ser todos sus miembros, y desde la Casa del Rey se ha calificado de poco ejemplar el comportamiento del yerno real. Comportamiento que está pesando como una losa en la Familia Real y que ha provocado que la ausencia de las infantas Elena y Cristina en la inauguración de la legislatura se haya convertido en una noticia indeseada.

En los últimos días el Rey está volviendo a dar muestras de su instinto político a través de las palabras bien calibradas que ha pronunciado en sus dos discursos y también con la decisión de hacer públicas las cuentas de su Casa.

Es la manera de volver a responder a una pregunta que se hacen muchos ciudadanos: ¿para qué sirve la Monarquía?, y que solo se justifica desde el comportamiento ejemplar, desde el servicio a la nación y a los ciudadanos. Eso es lo que el Rey ha querido recordar en estos días, lo que parece dolerle que se pueda cuestionar a cuenta de la falta de ejemplaridad de uno de los miembros de su familia.

La Monarquía tendrá sentido y será posible siempre que sea ejemplar y útil. El Rey lo sabe mejor que nadie; de ahí el gesto de preocupación que no logra, o a lo mejor no quiere, disimular. Mientras tanto, la legislatura ha quedado inaugurada en un acto solemne, sin demasiada alegría y más corto que en ocasiones anteriores. El país no está para fiestas; la Familia Real tampoco.