ME QUEDO adormilado frente a una película de Julia Roberts. La llamada "novia de América" -para los gringos su país es toda América, y aun todo el mundo, pero qué se le va a hacer- está en Roma y el guionista, junto con el director, el productor y todo el amplio equipo de creadores y técnicos que contribuyen a darle vida a un film, aprovechan para mostrar en pantalla varios platos suculentos de la gastronomía italiana, amén de algunos monumentos que un guiri no puede perderse cuando visita la Ciudad eterna. En ese instante resucito de la modorra para preguntarme cuánto habrán cobrado todos para que esos detalles salgan en una película de la Roberts en la que también aparece, al final y encarnando a un personaje bobalicón, nuestro inefable Javier Bardem. Pregunta a la que sigue otra: ¿por qué no hacemos nosotros lo mismo? ¿Por qué no gastamos un poquito del presupuesto de cinematografía, y hasta del destinado a cultura, en promocionar lo que tenemos, ya sean piedras, costumbres, fiestas o la gastronomía, tan de moda en estos tiempos a tenor del elevado número de expertos que se dedican a ella? Preguntas de respuesta algo complicada.

Para empezar, España ha dejado de ser un destino en lo universal. Dicho irónicamente, claro, pues sin esta aclaración -e incluso con ella- lo más probable es que cualquier progre de ocho a tres empiece a difundir por el ciberespacio que soy franquista o, cuando menos, añorante del franquismo. Lo lógico es que ni lo uno, ni lo otro; ni el país único, grande y libre de entonces, amén de la reserva espiritual de occidente, ni el desbarajuste actual, en el que Cataluña promociona lo suyo, las Vascongadas igualmente, Murcia sigue echando de menos el ¡Viva Cartagena libre!, Andalucía y Extremadura para qué decir y Canarias, sobre todo Canarias, no solo a su bola como el resto de territorios, sino además cada isla dando una batalla particular. Ahora, por ejemplo, los señores de Las Palmas no quieren saber nada de nadie en sus promociones turísticas. En definitiva, como el final del rosario de la aurora: cada uno por su lado y en desbandada. España como país puede poner suficientes euros sobre la mesa -más bien dólares, aunque la moneda en este caso es lo de menos- para que un guionista y un director hagan que Julia Roberts -o quien sea- se pasee por Madrid, Barcelona o Sevilla. Si eso mismo tiene que hacerlo una comunidad autónoma, en cambio, acaban sus cuentas de un rojo subido. Valencia, verbigracia, no podría pagar a día de hoy todo lo que debe ni vendiendo todo lo que tiene. Y no es la autonomía que peor está.

Eso por un lado. Por otro, el poco dinero que hay para estas cosas se sigue repartiendo entre amigos ideológicos. Ahí tenemos esos 600.000 euros destinados in extremis por González-Sinde a la Escuela de cine de San Antonio de los Baños; una institución -abusemos del lenguaje- creada en Cuba por Gabriel García Márquez para mayor gloria del régimen de Fidel Castro, su inquebrantable amigo e inagotable dictador. Para eso sí hay dinero, acaso porque la señora Sinde ha sido profesora de esa escuela y con tan generosa dádiva, pagada por nosotros que somos los paganinis de siempre, no pasa mucho tiempo sin que la vuelvan a llamar. Puestos a ser idiotas no nos gana ni el bobo de la Rambla.