1.- En una sola noche, la del 24 al 25, quizá por las cuatro copas de Louis Roderer, el turrón sin azúcar y la botella del buen ribera Solano que me regaló Santi González, director de TVE, se me juntaron varios sueños, a cual más disparatado. Uno de ellos era casi un episodio de serie televisiva, en Nueva York, con un celoso miembro de la DEA que quería precintar un tresillo y su mesa porque un grupo de tinerfeños habíamos hablado, sólo hablado, con unos traficantes en el hall del "Waldorf Astoria". La cosa se complicó luego con una persecución por Nueva York hasta que mi padre, que murió en 2002 y con el que raramente sueño, vino en mi ayuda. Todo se origina en un hecho real, probablemente. Viajé con mi padre a Nueva York, varios años antes, y se empeñó en ir a misa a la catedral de San Patricio, un domingo. Yo creo que lo he contado, pero lo repito. En el momento de la consagración entró en la iglesia una legión de policías que perseguía a un negro, pistola en mano todos (los policías y el negro). El sacerdote detuvo la ceremonia y la seguridad de la catedral, aquellos hombres de negro, se pusieron también a perseguir al huido. Mi padre, que había vivido la guerra civil, nos ordenó a unos amigos que nos acompañaban y a mí que permaneciéramos casi cuerpo a tierra. Hasta que el delincuente fue detenido y la misa continuó.

2.- Al salir vimos al hombre, bastante magullado por los golpes, esposado, sentado en un furgón policial de atestados. Más tarde comprobamos, por la televisión, que había asesinado a un armenio, dueño de una tienda de comestibles, en la tercera o en la cuarta avenida, que ya no recuerdo bien. El sueño navideño continuó, anárquica y machaconamente, con presencias de mi padre en él, casi hasta el momento de despertarme. No sé qué mensaje me dejó, no me acuerdo. Pero seguro que algo me dijo, algo que ya no podré recuperar.

3.- Al despertar recuperé la realidad: un demoledor artículo de Jesús Cacho sobre la familia real, que me ha dejado pensativo. No están nada bien las cosas en esa casa, en la que ninguno de sus miembros habla casi con el otro. Se han formado una especie de clanes. Tras escuchar el discurso del rey y analizar su contenido -nada del otro mundo, aunque sí referencias inconcretas interesantes-, yo de don Juan Carlos me pondría a arreglar esa casa y a dar un baño monárquico a un país que no es monárquico, aunque respete todavía a su rey. Antes de que sea demasiado tarde. Estoy leyendo los diarios de don Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente de la Segunda República. Dios mío, cuidado, mucho cuidado con nuestro futuro. No aprendemos ni siquiera de nuestra propia historia.