1.- Dirán ustedes, no sin razón, que me estoy volviendo majareta, pero en mi delirio navideño de los sueños se han desparramado los acontecimientos en términos muy alocados. Me encontré, junto a otro periodista amigo, navegando por el canal de Suez en un buque de guerra, en el que había embarcado voluntariamente, bajando hasta la cubierta desde un helicóptero. Con mi actual estructura corpórea ello hubiera sido imposible si las cosas no hubieran ocurrido hace muchos años. Sabíamos que nos iban a hundir, porque la historia tenía que acabar sin nosotros, pero en un momento dado quien manejaba el enorme crucero de guerra, ya en la boca del canal, se salió de la formación de barcos de pabellón incierto que nos escoltaba y puso los motores a cuarenta nudos, provocando la sorpresa de nuestros captores. Invirtió tanta fe en la maniobra que rompió el que iba a ser final del sueño con gran facilidad. Así que salimos de aquel mar proceloso, rumbo a la libertad, disparando salvas de ordenanza, con gran júbilo de la tripulación, que lo celebraba en el puente. Yo mismo veía los esfuerzos inútiles de quienes nos perseguían por alcanzar nuestra posición, hasta que aquellos barcos se hicieron puntitos en el horizonte.

2.- Cuando desperté, me encontraba tan plácido que parecía imposible haber vivido tamaña tensión. Recuerdo que, por si se hubiese producido un abordaje, mi amigo el periodista me había entregado una pistola ametralladora de esas que usan los escoltas. Estaba tan nueva que yo mismo le quité los corchos que preservaban de un mal uso al cargador, percutor y gatillo. Era un pistolón gris y reluciente, que me colgué del cuerpo con una cinta de cuero, tras montarlo. En un momento dado lamenté haber estado allí, y más voluntariamente, y jamás se me reveló en el sueño quién me había dado vela en aquel entierro.

3.- Especialmente bellas fueron las imágenes de aquel barco, también gris, cruzando el mar a toda velocidad, yo en la popa, viendo la desesperación de los perseguidores por seguir nuestra estela y lejos del alcance de sus proyectiles. No me pregunten ustedes lo que hacía yo en Suez aquel día, pero les puedo contar que el mar estaba en calma cuando salimos del canal; antes, dentro de él, vi las grúas a los costados y a los lugareños saludando amistosamente al paso de aquel convoy. Lo mejor fue el abandono de la formación, de la manera ya relatada, y nuestra carrera hacia mar abierto, lejos de la amenaza de los que querían hundirnos. Ahora que empiecen a escribirme quienes puedan interpretar mis extraños sueños de Navidad.