HACE unos días, como la mitad de los madrileños de nacimiento u adopción, me disponía a leer el ABC empezando, después de una breve pasada por la cubierta y las páginas de huecograbado, por las páginas necrológicas, que en ese periódico son especialmente abundantes. Todos recordamos el dicho que se contaba allá por los sesenta de un señor que se acercaba todas las mañanas al quiosco frente a su casa, compraba el periódico y allí mismo se detenía unos instantes e inmediatamente lo arrojaba al suelo, y así uno y otro día hasta que el hombre del quiosco no pudo aguantarse más y quiso satisfacer su curiosidad preguntándole el motivo de esa actitud, a lo que el cliente le contesta que lo que él busca es una esquela que no acaba de aparecer, a lo que le replicó que las esquelas vienen en las páginas interiores en la sección titulada "Agenda", a lo que el lector le contesta que la que él espera encontrar sí que vendrá ocupando la primera página del periódico, para lo que tuvo que esperar hasta un 20 de noviembre. Pues al leer yo en las páginas interiores las diversas esquelas del día me sorprendió una de una señora con nombre y apellido catalanes, pero a la que llamaban "Paquita", lo que era al menos extraño con nombres tan catalanes como Francesca y apellidos como Carreras y Nonel, ya que me parecía que lo lógico sería que el apelativo familiar fuese también catalán, como Francesqueta o algo así. Y por ello seguí leyendo la esquela para ver inmediatamente que se trataba de la "viuda de Francesc Rescasens i Musté", fallecida en Barcelona, con lo que el corazón me dio un brinco, ya que se trataba de mi amigo Quico Recasens, compañero de 6º, 7º y Reválida de Bachillerato en los años 37/38 en La Laguna y 38/39 en Santa Cruz.

Los Recasens formaban parte del grupo de industriales y hombres de negocios catalanes que allá por los comienzos de los años 30 comenzaron la construcción en Canarias de la primera refinería de petróleos que se construía en España, ya que hasta entonces todos los productos derivados de la destilación del petróleo, desde la gasolina al piche, pasando por el gasoil y el fueloil, eran de importación tanto en la Península como en las Islas, ya atlánticas como mediterráneas. Este grupo encabezado por Carceller (luego ministro de Industria y Comercio) lo formaban los Recasens, Lliso, Cañeyas, Preckler y alguno más que no recuerdo, y después de sondear también la isla de Gran Canaria se decidieron por la nuestra. Recuerdo cómo don Juan Lliso nos contaba en su casa de Doctor Arce, en Madrid, que el precio del terreno había sido de cinco pesetas/metro cuadrado. La guerra civil vino a cambiar la vida de todos y los Recasens hubieron de dejar su Cataluña, que cayó en zona roja, y se vinieron a vivir a Santa Cruz, donde se presentaron los hermanos Eduardo y Francisco, al que llamábamos Quico. Y así como Eduardo era algo mayor que yo, Quico pasó a engrosar mi grupo de alumnos de 6º curso de Bachillerato, que entonces se impartía en La Laguna, ya que el de Santa Cruz se había cerrado con motivo de la guerra y allá nos fuimos chicos y chicas, pues la enseñanza era entonces común y en dicho curso y el siguiente coincidimos los alumnos de Santa Cruz y de La Laguna, como he tenido ocasión de referir más de una vez. Para muchos, aquello de subir a La Laguna al instituto era una clara novedad, aunque no para mí, que allí hice en el verano de 1932 el ingreso en Bachillerato al no poder hacerlo en Santa Cruz por enfermedad y aprovechar las vacaciones en el Camino de San Diego para hacer el Ingreso en el instituto de la calle San Agustín, donde sigue, ahora con busto incluido de mi tío Blas Cabrera, y no sé si en las mismas actividades docentes, lo que no creo. Pero mi experiencia docente lagunera se extendió también a mi 5º curso de Bachillerato, en el que mi padre me mandó como oyente a La Laguna al haber fallecido el director del colegio Paedagogium Teneriffa, en el que cursaba el Bachillerato, y cerrase el colegio. Ese año teníamos Química, y mi padre prefirió mandarme a la cátedra de don Ramón Trujillo en La Laguna, el mejor profesor que jamás tuve.

El curso aquel, con subida diaria a La Laguna y con asistencia de chicas en las clases, lo recuerdo especialmente, y, en particular, la subida en guagua a La Laguna y las bajadas tumultuosas en tranvía, con ruidosas lecheras o sin ellas, fielatos y demás, cuando no a pie por la Cuesta de Piedra abajo; así como la ida a veces en la mañana a la casa de veraneo de mi tío Guillermo en la calle San Agustín misma, ya en el Juego de los Bolos con su estatua y versos del poeta J. Tabares Barlett, que aunque hayan pasado setenta y cinco años siguen tan claros como siempre y que dicen: "Tener para la ofensa recibida / pronto perdón, olvido para el daño / y siempre exento de maldad y engaño / llevar la frente por el mundo erguida" (eso de "erguida" era una palabra que nos impresionaba mucho, ya que no la usábamos nunca); y sobre todo me acuerdo del alquiler de bicicletas en la calle Núñez de la Peña, que no sé si así se llamaba entonces, y nuestros correteos en ella por las calles y paseos, a veces fugándonos de clase. En aquel curso tuve yo un particular incidente con don Heraclio Sánchez, con la Universidad cerrada y como varios profesores de la misma dándonos clase, él de latín, en el instituto lagunero, de cuyo incidente algún día, y como dice Carlos Pinto en su último libro, "contaré mi vida una vez más". Pero un detalle muy relevante para nosotros en aquellos días fue un hecho que afectó a un grupo de nosotros, incluido Quico Recasens, ya que alguien, imagino que afecto al naciente Movimiento Nacional, quizás del "Frente de Juventudes", tuvo la idea de organizar una emisiones en Radio Club Tenerife sobre temas juveniles de entonces, para lo que necesitaban locutores también jóvenes y alguien eligió tres de mi curso (Ricardo Prada Jiménez, Quico Recasens y yo), por lo que un día bajamos los tres a unas pruebas en la emisora de radio que estaba entonces en la Rambla Pulido esquina a Álvarez de Lugo, aunque el fuerte acento catalán de Quico hizo que su voz y colaboración fuesen desechadas, si bien la verdad es que la mentada emisión nunca llegó a tener lugar, y si lo hizo fue sin nuestra modesta colaboración. En aquella casa del EAJ 43 vivía con su familia don Serafín Junquera (profesor de la Escuela Náutica), y allí, una vez terminado el Bachillerato, me daba clase de matemáticas preparatorias para estudios superiores, como sucedió con el pobre Paco Matos, recientemente fallecido en Madrid, que se hizo marino de guerra, o con Baltasar Pérez Bes, luego capitán de la marina mercante. Recientes visitas a Santa Cruz me han permitido revivir en una interesantísima disertación de don José Moreno, con ocasión de su nombramiento como Hidalgo de Nivaria, aquellos cruciales momentos del 18 de julio y el decisivo papel desempeñado entonces por la radio, nuestro Radio Club Tenerife.

Terminada la guerra, Eduardo, el hermano mayor de Quico, se vino también a Madrid, donde se hizo ingeniero industrial, para terminar trabajando en la CEPSA que había creado su padre, mientras que mi amigo Quico se fue a su tierra de Barcelona y le perdí la pista. Ya en los años 60 falleció el padre de los Recasens y hubo en Madrid un funeral en la iglesia próxima a la plaza de los Delfines, donde en una entrada lateral me encontré con una cara conocida y al preguntarle algo relativo a su persona me dijo que "he venido al funeral de mi padre". ¡Era mi amigo Quico, al que volví a ver en tan triste circunstancia! Muchos años después, ya a fines de 1989, falleció en Madrid su hermano Eduardo y en el funeral que se celebró en la iglesia de los Dominicos de la calle Ayala, volví a ver y saludar a su hermano Quico venido de Barcelona, para quien su espigada figura de juventud que tanto recordaba y recuerdo se había convertido en alguien grueso y fuerte. En esos sesenta años entonces transcurridos solo le había visto dos veces y en tan tristes circunstancias como los fallecimientos de su padre y el de su hermano. Hoy, una esquela en ABC me trae recueros de mi primera juventud y de amigos entrañables ya desaparecidos, así como de otros que por diversas circunstancias han formado parte de mi ya larga vida. Dios quiera que este año que acaba de empezar sea de paz y prosperidad para todos, en especial para aquellos que cursamos en días de guerra los últimos años de Bachillerato; ya no vamos quedando muchos, pero el recuerdo de tantos y tantos amigos sigue firme como el primer día, a Dios gracias, y esta esquela de la viuda de mi amigo Quico ha vuelto a hacer vivir en mí años inolvidables de juventud.

ASEGURA un viejo aforismo que quien olvida su historia está condenado a repetirla. No sé si alguien del PP, ahíto de triunfo como sigue estando todo el mundo en ese partido a día de hoy, recuerda lo que ocurrió entre el jueves 11 de marzo de 2004 y el domingo siguiente, cita electoral en la que Mariano Rajoy se postulaba por primera vez para presidir el Gobierno de España y fue derrotado. En cualquier caso, como la tinta más pálida perdura más que la más retentiva de las memorias, convendría repasar en las hemerotecas, e incluso en los libros de historia, lo acontecido en aquellos cuatro días. No fueron los sangrientos atentados de Madrid los que le hicieron perder al PP las elecciones de aquel domingo; fue la soberbia y, sobre todo, fueron las mentiras de algunos dirigentes populares la causa definitiva de que el PSOE de Zapatero triunfase en aquellos comicios. El PP perdió por mentir.

Mala cosa es que once años y medio después, y con una derrota electoral por medio, inaugure su legislatura un Gobierno de Mariano Rajoy desvelando otra gran mentira celosamente guardada. El mismo viernes, apenas acababa de anunciar Soraya Sáenz la brutal subida del IRPF, no salía de su asombro Duran Lleida. "¿Pero no se han pasado la campaña diciendo que no iban a subir los impuestos?", se preguntaba sin que le llegara la camiseta al cuello. Qué fácil es decir Diego donde antes se dijo digo. O al revés; qué más da. Una brutal subida que pagarán sobre todo las clases medias. ¿Pero no se han cansado los políticos del PP de criticar, durante años y años, las políticas socialistas contra las clases medias, que en realidad son las que garantizan el bienestar y estabilidad social de un país? Aunque eso poca importancia tiene porque Rajoy, sus ministros y sus asesores saben a quiénes pueden darles el palo con el menor coste político.

Conoce el PP que esas mencionadas clases medias -su granero electoral- encajarán el golpe con resignación. Además, cuando toque volver a votar, los impuestos habrán vuelto a su cauce. O no. ¿Por qué hemos de creer a Rajoy y sus ministros cuando aseguran que la subida solo será durante dos años, cuando hace apenas unas semanas aseguraban que no habría incremento de ningún tipo?

No vale la disculpa de las circunstancias excepcionales. Bien sabía el PP desde septiembre u octubre, recién iniciado el curso político tras el verano, que el déficit al final de año no iba a ser del seis por ciento. Era imposible alcanzar esa cifra porque la economía española se había vuelto a ralentizar. De hecho, estábamos a punto de entrar en recesión. Basta revisar lo publicado por la prensa en aquellos días para comprobar el convencimiento de la cúpula popular de que el déficit se situaría entre el siete y el ocho por ciento al final de diciembre. Sin embargo, prefirieron callar en la sede de la calle Génova para no asustar a la clientela.

No voy a decir que no me importa pagar más impuestos si es para salvar a este país de la zozobra. Me importa aunque sea para eso, pero estoy dispuesto a hacerlo. De buen grado o a la fuerza -qué remedio- estoy dispuesto al esfuerzo. Pagaría incluso más para que no se suprimiesen las subvenciones en I+D+i por un importe de 600 millones de euros. Qué disparate: agrava este Ejecutivo nuestra principal lacra histórica desde la revolución industrial, e incluso antes, como es la negativa a investigar e innovar; el principal valor añadido de este país moderno. Y eso que se han cansado, también durante años, de subrayar la importancia de las políticas de desarrollo científico. Qué cinismo. A lo que no estoy dispuesto es a que se siga dilapidando lo que yo, junto con muchos millones de contribuyentes, tendremos que pagar de más. Tirando el dinero público, por ejemplo, en televisiones y radios autonómicas, amén de coches oficiales. Por cierto, ya que hablamos de coches, ¿es verdad que José Manuel Soria ha encargado hoy lunes dos vehículos oficiales, uno para él y otro para su asesor, durante su primera visita a Las Palmas como ministro? ¿Dónde está la austeridad que han reclamado tanto él como otros miembros destacados del PP durante tanto tiempo? Bien es verdad que una cosa es predicar y otra dar trigo.

¿Qué decir también de las subvenciones a los sindicatos, a la CEOE y a los partidos, que se mantienen con un recorte de apenas el 20 por ciento? ¿Por qué tengo que pagar más para seguir manteniendo a unos sindicatos y a una patronal que jamás me han representado, entre otras cosas porque no necesito que me representen? ¿Por qué no se financian con las cuotas de sus propios asociados?

En fin, a llorar a la Plaza el Charco como dicen en mi pueblo. Convendría, pese a todo, que algunos tengan más cuidado con lo que dicen si luego no van a cumplir su palabra. La ciudadanía de este país puede ser un tanto aborregada, desgraciadamente es así, pero no por ello carece de memoria.

rpeyt@yahoo.es

HACE unos días, como la mitad de los madrileños de nacimiento u adopción, me disponía a leer el ABC empezando, después de una breve pasada por la cubierta y las páginas de huecograbado, por las páginas necrológicas, que en ese periódico son especialmente abundantes. Todos recordamos el dicho que se contaba allá por los sesenta de un señor que se acercaba todas las mañanas al quiosco frente a su casa, compraba el periódico y allí mismo se detenía unos instantes e inmediatamente lo arrojaba al suelo, y así uno y otro día hasta que el hombre del quiosco no pudo aguantarse más y quiso satisfacer su curiosidad preguntándole el motivo de esa actitud, a lo que el cliente le contesta que lo que él busca es una esquela que no acaba de aparecer, a lo que le replicó que las esquelas vienen en las páginas interiores en la sección titulada "Agenda", a lo que el lector le contesta que la que él espera encontrar sí que vendrá ocupando la primera página del periódico, para lo que tuvo que esperar hasta un 20 de noviembre. Pues al leer yo en las páginas interiores las diversas esquelas del día me sorprendió una de una señora con nombre y apellido catalanes, pero a la que llamaban "Paquita", lo que era al menos extraño con nombres tan catalanes como Francesca y apellidos como Carreras y Nonel, ya que me parecía que lo lógico sería que el apelativo familiar fuese también catalán, como Francesqueta o algo así. Y por ello seguí leyendo la esquela para ver inmediatamente que se trataba de la "viuda de Francesc Rescasens i Musté", fallecida en Barcelona, con lo que el corazón me dio un brinco, ya que se trataba de mi amigo Quico Recasens, compañero de 6º, 7º y Reválida de Bachillerato en los años 37/38 en La Laguna y 38/39 en Santa Cruz.

Los Recasens formaban parte del grupo de industriales y hombres de negocios catalanes que allá por los comienzos de los años 30 comenzaron la construcción en Canarias de la primera refinería de petróleos que se construía en España, ya que hasta entonces todos los productos derivados de la destilación del petróleo, desde la gasolina al piche, pasando por el gasoil y el fueloil, eran de importación tanto en la Península como en las Islas, ya atlánticas como mediterráneas. Este grupo encabezado por Carceller (luego ministro de Industria y Comercio) lo formaban los Recasens, Lliso, Cañeyas, Preckler y alguno más que no recuerdo, y después de sondear también la isla de Gran Canaria se decidieron por la nuestra. Recuerdo cómo don Juan Lliso nos contaba en su casa de Doctor Arce, en Madrid, que el precio del terreno había sido de cinco pesetas/metro cuadrado. La guerra civil vino a cambiar la vida de todos y los Recasens hubieron de dejar su Cataluña, que cayó en zona roja, y se vinieron a vivir a Santa Cruz, donde se presentaron los hermanos Eduardo y Francisco, al que llamábamos Quico. Y así como Eduardo era algo mayor que yo, Quico pasó a engrosar mi grupo de alumnos de 6º curso de Bachillerato, que entonces se impartía en La Laguna, ya que el de Santa Cruz se había cerrado con motivo de la guerra y allá nos fuimos chicos y chicas, pues la enseñanza era entonces común y en dicho curso y el siguiente coincidimos los alumnos de Santa Cruz y de La Laguna, como he tenido ocasión de referir más de una vez. Para muchos, aquello de subir a La Laguna al instituto era una clara novedad, aunque no para mí, que allí hice en el verano de 1932 el ingreso en Bachillerato al no poder hacerlo en Santa Cruz por enfermedad y aprovechar las vacaciones en el Camino de San Diego para hacer el Ingreso en el instituto de la calle San Agustín, donde sigue, ahora con busto incluido de mi tío Blas Cabrera, y no sé si en las mismas actividades docentes, lo que no creo. Pero mi experiencia docente lagunera se extendió también a mi 5º curso de Bachillerato, en el que mi padre me mandó como oyente a La Laguna al haber fallecido el director del colegio Paedagogium Teneriffa, en el que cursaba el Bachillerato, y cerrase el colegio. Ese año teníamos Química, y mi padre prefirió mandarme a la cátedra de don Ramón Trujillo en La Laguna, el mejor profesor que jamás tuve.

El curso aquel, con subida diaria a La Laguna y con asistencia de chicas en las clases, lo recuerdo especialmente, y, en particular, la subida en guagua a La Laguna y las bajadas tumultuosas en tranvía, con ruidosas lecheras o sin ellas, fielatos y demás, cuando no a pie por la Cuesta de Piedra abajo; así como la ida a veces en la mañana a la casa de veraneo de mi tío Guillermo en la calle San Agustín misma, ya en el Juego de los Bolos con su estatua y versos del poeta J. Tabares Barlett, que aunque hayan pasado setenta y cinco años siguen tan claros como siempre y que dicen: "Tener para la ofensa recibida / pronto perdón, olvido para el daño / y siempre exento de maldad y engaño / llevar la frente por el mundo erguida" (eso de "erguida" era una palabra que nos impresionaba mucho, ya que no la usábamos nunca); y sobre todo me acuerdo del alquiler de bicicletas en la calle Núñez de la Peña, que no sé si así se llamaba entonces, y nuestros correteos en ella por las calles y paseos, a veces fugándonos de clase. En aquel curso tuve yo un particular incidente con don Heraclio Sánchez, con la Universidad cerrada y como varios profesores de la misma dándonos clase, él de latín, en el instituto lagunero, de cuyo incidente algún día, y como dice Carlos Pinto en su último libro, "contaré mi vida una vez más". Pero un detalle muy relevante para nosotros en aquellos días fue un hecho que afectó a un grupo de nosotros, incluido Quico Recasens, ya que alguien, imagino que afecto al naciente Movimiento Nacional, quizás del "Frente de Juventudes", tuvo la idea de organizar una emisiones en Radio Club Tenerife sobre temas juveniles de entonces, para lo que necesitaban locutores también jóvenes y alguien eligió tres de mi curso (Ricardo Prada Jiménez, Quico Recasens y yo), por lo que un día bajamos los tres a unas pruebas en la emisora de radio que estaba entonces en la Rambla Pulido esquina a Álvarez de Lugo, aunque el fuerte acento catalán de Quico hizo que su voz y colaboración fuesen desechadas, si bien la verdad es que la mentada emisión nunca llegó a tener lugar, y si lo hizo fue sin nuestra modesta colaboración. En aquella casa del EAJ 43 vivía con su familia don Serafín Junquera (profesor de la Escuela Náutica), y allí, una vez terminado el Bachillerato, me daba clase de matemáticas preparatorias para estudios superiores, como sucedió con el pobre Paco Matos, recientemente fallecido en Madrid, que se hizo marino de guerra, o con Baltasar Pérez Bes, luego capitán de la marina mercante. Recientes visitas a Santa Cruz me han permitido revivir en una interesantísima disertación de don José Moreno, con ocasión de su nombramiento como Hidalgo de Nivaria, aquellos cruciales momentos del 18 de julio y el decisivo papel desempeñado entonces por la radio, nuestro Radio Club Tenerife.

Terminada la guerra, Eduardo, el hermano mayor de Quico, se vino también a Madrid, donde se hizo ingeniero industrial, para terminar trabajando en la CEPSA que había creado su padre, mientras que mi amigo Quico se fue a su tierra de Barcelona y le perdí la pista. Ya en los años 60 falleció el padre de los Recasens y hubo en Madrid un funeral en la iglesia próxima a la plaza de los Delfines, donde en una entrada lateral me encontré con una cara conocida y al preguntarle algo relativo a su persona me dijo que "he venido al funeral de mi padre". ¡Era mi amigo Quico, al que volví a ver en tan triste circunstancia! Muchos años después, ya a fines de 1989, falleció en Madrid su hermano Eduardo y en el funeral que se celebró en la iglesia de los Dominicos de la calle Ayala, volví a ver y saludar a su hermano Quico venido de Barcelona, para quien su espigada figura de juventud que tanto recordaba y recuerdo se había convertido en alguien grueso y fuerte. En esos sesenta años entonces transcurridos solo le había visto dos veces y en tan tristes circunstancias como los fallecimientos de su padre y el de su hermano. Hoy, una esquela en ABC me trae recueros de mi primera juventud y de amigos entrañables ya desaparecidos, así como de otros que por diversas circunstancias han formado parte de mi ya larga vida. Dios quiera que este año que acaba de empezar sea de paz y prosperidad para todos, en especial para aquellos que cursamos en días de guerra los últimos años de Bachillerato; ya no vamos quedando muchos, pero el recuerdo de tantos y tantos amigos sigue firme como el primer día, a Dios gracias, y esta esquela de la viuda de mi amigo Quico ha vuelto a hacer vivir en mí años inolvidables de juventud.