ME COMENTABA la semana pasada un amigo: "Mi hijo no confía en mí. Le propuse esta Navidad ser su mejor amigo, que me diga lo que le pasa, que no tenga miedo, pero... ni caso; no sé qué hacer. No tengo influencia sobre él. No sabes cuánto me duele. El padre es el mejor amigo". ¡Pura teoría!

Me planteó la cuestión, porque además de la amistad que nos une suelo insistirle en que los padres (padre y madre, aunque con diferentes matices) deben hablar con sus hijos adolescentes, sobre todo escucharlos con calma y no asustarse de nada. Lástima que, para muchos, el consejo o la sugerencia llega demasiado tarde. Hay quien cree que va a conseguir entablar el diálogo con su hijo cuando este llegue a la pubertad sin haberlo iniciado anteriormente; y, lo que es más grave, cuando ha interpuesto entre él y su hijo un muro difícil de derribar: los malos hábitos educativos de los padres, como las malas costumbres permitidas a los hijos, no son fáciles de superar. Aunque siempre puede tener solución, va a ser costosa y supondrá un mayor esfuerzo.

La amistad, en el sentido estricto, no puede darse entre padres e hijos. Porque antes que amigo tiene que ser padre y madre; y además el chico, al llegar a una determinada edad -pubertad y adolescencia-, ese intercambio de intimidades, esas confidencias, que constituyen uno de los elementos esenciales de la amistad, prefiere tenerlas con otro de más o menos su misma edad. El niño, y a veces algún adolescente, puede llegar a confiar al padre o la madre sus problemas y sus más íntimas experiencias -y debe hacerlo-, pero esta actitud no puede darse a la inversa, y en la amistad debe haber reciprocidad.

El hijo no puede comprender y asimilar muchos problemas de sus padres hasta que no llegue a la edad adulta. Sin embargo, en un sentido amplio, tal amistad es posible: el padre puede llegar a ser, si no el "mejor amigo", al menos un amigo; o mejor -me atrevo a decir-, un padre o una madre en quienes se confía. El niño debe encontrar en él al primer amigo, pues es su confidente natural. Es la primera persona en que el niño confía, pero en la mayoría de los casos, como decía antes, al llegar a la pubertad, si no ha existido diálogo antes, no suele producirse. Porque el padre tiene que ejercer de padre, y nunca puede ser un colega o un "coleguilla" de su hijo.

Eso que a veces se oye por ahí, "mi mejor amigo es mi padre", o "mi mejor amigo es mi hijo", pienso que son frases bonitas que se dicen, pero después la realidad suele ser otra. Lo normal es que se dé una cierta oposición entre una personalidad hecha y otra que está en desarrollo y formación; y que la tensión entre autoridad -un padre y una madre siempre deben ejercer la autoridad y la libertad- hace imposible que los padres sean los confidentes naturales de sus hijos adolescentes. Lo cual no quiere decir que no les escuchen, o que si están metidos en un apuro no les ayuden a salir de él, pero en calidad de padres. No niego que pueda haber casos de ese tipo de amistad paterno-filial, pero, como todos los problemas humanos, tampoco considero que sea frecuente un fácil colofón.

Si los padres quieren ganarse la confianza y el respeto de sus hijos o pretenden tener con ellos un cierto nivel de amistad -el respeto es otro elemento esencial de la amistad-, deben empezar a hablar con los hijos desde muy pequeños. Y al llegar la adolescencia son los padres los que tienen que provocar las conversaciones con los hijos. Sus conversaciones deben ser diálogos y no sermones o conferencias, y deben girar alrededor de las inquietudes de sus hijos: juegos, diversiones, estudios, trabajos, aspiraciones y problemas. No deben esperar que sus hijos inicien el diálogo. Respetando su intimidad y personalidad naciente, ellos deben dar el primer paso. Y, sobre todo, tener la puerta de la casa abierta a los amigos de los hijos, para conocerlos y también poder charlar con ellos. Ahora bien, nunca sin dejar de ser padres: corregirlos o amonestarlos en el momento adecuado, y estimularlos y elogiarlos con prudencia cuando se lo merezcan. Sobre todo, ayudarles a levantar el ánimo cuando se vean abrumados. Así como comprender su temperamento y carácter.

y profesor emérito del CEOFT

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