Alemania sufrió una hecatombe social entre 1933 y 1945. El estigma del nazismo atormentó la conciencia de ese país durante muchas décadas después de acabada la guerra. Pero hace tiempo que eso pasó a la historia. Los alemanes, fuesen o no fuesen hitlerianos en su momento, le pidieron perdón a quien correspondía -la propia Angela Merkel declaró en uno de los aniversarios del final de la contienda que su país inició las hostilidades y, consecuentemente, fue el principal culpable de la tragedia que se desencadenó en septiembre de 1939, y se acabó. Un pasado vergonzoso, ciertamente, que formará parte de la historia para siempre, pero que en modo alguno condiciona el presente -ni condicionará el futuro- de un pueblo que no está dispuesto a encadenarse a unos acontecimientos pretéritos por muy ignominiosos que fuesen estos.

Situación lamentablemente distinta la que vivimos en España. Aquí, pese a que la guerra civil acabó seis años antes que la segunda guerra mundial, no se pierde ocasión de reavivar el rencor que primero desencadenó la lucha fratricida, la alentó una vez iniciada y la perpetuó luego durante décadas con los ajustes de cuentas a manos del bando vencedor. A la vista de lo sucedido en Madrid a partir de julio de 1936 -una ciudad machacada desde el aire por las bombas franquistas y aterrorizada a ras de tierra por los "paseos" de los milicianos y las "sacas" de las cárceles-, me pregunto qué hubiera ocurrido si hubiesen ganado los otros, aunque a estas alturas es mejor copiar a los alemanes -parece que en eso también nos superan- y dejar de formular preguntas.

En cualquier caso, como para toda guerra es necesario un motivo y un pretexto, el juicio al juez Garzón -el primero de ellos, pues le quedan otros dos por delante- ha servido para que lo más florido de la izquierda resentida -la izquierda seria es respetable- se eche a la calle o se rasgue las vestiduras por esos saraos mediáticos tan al uso en estos tiempos convulsos y de agobio. Ahí tenemos a "mamá Bardem", cómo no, clamando contra la "venganza fascista" de la que es objeto el polémico magistrado. Eso por no hablar de la inefable Carmen Chacón (¿o debo escribir Carma?) calificando de esperpento el que se "juzgue a un juez por investigar la corrupción y la represión franquista". Más esperpéntico me parece que una exministra -y aspirante a líder del PSOE- se pronuncie en tales términos. ¿Rencor en su estado puro u oportunismo político para canalizar precisamente esos odios viscerales? Tal vez, aunque a lo peor solo se trata de una carencia de ideas. La señora Chacón, como los otros ministros y ministras del señor Zapatero, al igual que el propio Zapatero, tuvieron ocasión durante bastante tiempo de demostrar lo que son capaces de hacer como gobernantes, y lo demostraron.

Al final, me pregunto si se puede denostar al Tribunal Supremo con las declaraciones que algunos están haciendo sin que les ocurra nada, cuando por hablar de tintes capilares o de un gay faltón, en ambos casos sin citar a los no susodichos, nos dan los palos judiciales que nos han dado. En definitiva, ¿cuántas varas de medir distintas en longitud tiene la Justicia de este país?