TAL Y COMO se ha puesto la situación, entiendo que no podemos continuar en la misma dinámica actual. Todo lo que llamamos público, lo que compone o rodea a cualquier administración y lo que forma el entramado de intereses que en parte pagamos o alimentamos con el dinero que nos quitan vía impuestos, más todas esas empresas teóricamente privadas que solapadas en el sistema condicionan el día a día de nuestra existencia, como el sector financiero, tienen que fiscalizarse en los márgenes de libertad que ellos mismos quieran asumir. Si hay participación suya y mía, directa o indirecta, es necesario destapar cualquier rincón del rosquetón. Lo que no puede ser es que se privaticen beneficios cuando en una recesión como la presente se socializan las pérdidas con el beneplácito de los poderes públicos.

Se hace imprescindible una mayor transparencia, desde las esferas que afectan a la Casa Real hasta la que involucre al último gato del más pequeño de los municipios o empresas vinculadas. Mucha mayor transparencia. Transparencia y transparencia. En general, es muy escasa la información válida que en algunos casos se facilita para el control, de difícil acceso y diabólicamente enrevesada en cuanto a los datos brutos para el análisis y contraste.

Se trataría por lo menos de facilitar comparativos y establecer parámetros de digestión o indigestión, para que salga a la luz lo antes posible todo lo que pueda considerarse moralmente reprobable o directamente indecente en los tiempos que corren.

No voy a incidir hoy en lo de Iñaki & Cristina, o en los políticos pringados en el lodo de la corrupción más detestable, pero sus supuestos excesos en conjugar lo público con lo privado pueden ser más generalizados de lo que nos creemos. Yo quiero confiar en la honestidad de la mayoría, pero, entonces, que se pongan a cabalgar, y si no lo hacen serán ellos los responsables cuando aparezcan casos dentro de unos años, con la guadaña desde arriba hasta abajo en la idea de que hay gente que se considera introducida en castas endiosadas con infinidad de derechos por encima de "los otros". Tanto que en su percepción los privilegios son tan merecidos y normales como el agua que fluye clara desde los manantiales.

La casta es un grupo social estático y de base genética, al que se pertenece debido a la condición hereditaria o de nacimiento de cada individuo, con el fin de establecer discriminaciones en el estatus de las personas, sobre las cuales establece un determinado orden de estratificación social. Los sistemas de castas se caracterizan por establecer "la desigualdad heredada como principio orientador de las relaciones sociales". Como instrumento de estratificación social, la casta se diferencia de la clase social por la imposibilidad de los individuos de salir de la casta en la que han sido incluidos.

Por ejemplo, más allá de la noticia de que el Cabildo de Gran Canaria se gastara más de 105.000 euros en el mandato anterior en la boca y la vista -gafas graduadas y progresivas, lentillas, implantes bucales, coronas, ortodoncias y endodoncias...- de consejeros, altos cargos y personal de confianza acogiéndose al convenio de la corporación, me preocupa la gestación y generalización que, sin el conocimiento específico y detallado de la población, se produce en otras esferas, corporaciones, direcciones, entidades, organismos, empresas... que extraen de una manera u otra recursos obligatorios de nuestros bolsillos disminuyendo las posibilidades conjuntas de competir.

Las pensiones o indemnizaciones desaforadas en el sector financiero, y como punta del iceberg, son muy significativas. Una cosa es que alguien esté pagando un seguro privado y otra bien distinta es que, con las perras o el naufragio de todos y por el arte del compincheo, del grupo con la barriga caliente o del corporativismo mal entendido, se obtengan beneficios muy diferenciados al del resto de los mortales.

Por eso insisto en la transparencia, transparencia y transparencia, porque en caso contrario vamos a acabar reinventando una legislación como la que clasificaba a los individuos en diversos tipos de castas o "cruzas" atribuidas a los antepasados. En el imperio colonial, los derechos que le correspondían a cada persona estaban estrictamente determinados por su clasificación en una casta, considerándose superior al español peninsular (nacido en la península Ibérica) y en el lugar más bajo al esclavo de África.

Contabilizamos menos bodas, menos nacimientos y se ha disparado la emigración; por lo menos, exijamos transparencia.