LA SEMANA pasada reflexionaba en voz alta sobre la escasa o decadente cultura del transporte público regular en las Islas, aunque centrándome en un aspecto de las comunicaciones terrestres en Tenerife, representada por la guagua y por el creciente auge del vehículo privado en su detrimento, y como constatación de que el coche se ha convertido prácticamente en nuestros pies postizos que nos lleva a todos lados y que sin él la vida sería totalmente distinta, aunque no sé si mejor o peor. Apuntaba como una de las posibles causas la imposibilidad del transporte público regular, como se ha concebido en Canarias, de competir con el vehículo privado por la comodidad, privacidad y rapidez, aunque con el progresivo crecimiento del parque móvil experimentado en las últimas décadas y las limitaciones del territorio se haya resentido esa inmediatez en los traslados si nos atenemos a los atascos y embotellamientos que se registran en las ciudades, carreteras y autopistas, ya incapaces de soportar tanto volumen circulatorio. De nada serviría tener un potente vehículo capaz de alcanzar altas velocidades si para efectuar un recorrido de apenas 20 o 35 kilómetros se tarda más de una hora, o incluso más tiempo, en momentos de máxima concurrencia, entre la Matanza de Acentejo, por la TF-5, hasta la entrada a Santa Cruz de Tenerife; o en tramos cortos, como a la altura del centro comercial La Villa, en Las Arenas, en el corazón del Valle de La Orotava. Pese a todo, el coche sigue siendo el medio de transporte más rápido en las Islas.

Una de las cuestiones que se me quedaron en el tintero es la seguridad del transporte público de viajeros en comparación con la exigible al resto de titulares y usuarios de los vehículos privados. No es la primera vez que he viajado, como otros tantos pasajeros, de pie en una guagua atestada de gente. Desde siempre me he fijado en las fichas técnicas situadas en la parte superior del vehículo que indican el número de matrícula y de pasajeros que van sentados y de pie. Que conste que esta circunstancia es generalizada en todos los países y no es privativo de España o de las Islas Canarias, y que en muchas ocasiones se sobrepasa el límite. Eso no se ha discutido nunca, que yo sepa, porque pudiera estar regulado por una normativa, pero sí detecto un agravio comparativo serio con respecto a otros vehículos, con menos personas a bordo, a los que se les exige ir sentados y con el cinturón de seguridad puestos. Los pasajeros que van de pie (desprovistos de cinturones de seguridad, como es obvio) en guagua ven comprometida su seguridad o integridad física en caso de accidente o frenada brusca del vehículo. Nadie, al parecer, se ha percatado del riesgo que conlleva este extremo y, si por el contrario, ha ocurrido, no se ha difundido lo suficiente. Ahora se ha ido imponiendo el uso de cinturones de seguridad en determinados asientos de determinados autobuses.

Lo ideal sería que las guaguas solo admitieran pasajeros sentados y evitaran el traslado de viajeros de pie, por la seguridad del pasaje y conductor, e incluso economía de la propia empresa como medida de prevención ante eventuales contingencias, aunque tendría que dotarse de guaguas con mayor capacidad o incrementar o reforzar las líneas de mayor demanda o tráfico.

Sin ánimo de ser catastrofista o aguafiestas, viajar en guagua atestada de pasajeros sentados y de pie podría equivaler a haber adquirido un pasaje anticipado para el cielo. Creo que vendría bien, a quien corresponda, considerar en serio la seguridad vial de los autobuses de transporte público regular.