ME GUSTARÍA, y supongo que no soy el único con tales antojos, que algún día este país se acostumbrase a pagar lo que usa o consume. Por ejemplo, si alguien quiere ver una película española, debería ir al cine lo suficiente para que filmar películas españolas les sea rentable a quienes lo hacen. Y lo mismo cabe decir sobre leer un periódico. Si cada lector pagase en el quiosco el total de lo que cuesta confeccionarlo, incluidos gastos de papel y tinta, para que la prensa escrita no tuviese que vivir artificialmente de la publicidad, posiblemente a estas alturas no habría tantas empresas del sector al borde de la quiebra -o ya con el candado puesto en sus instalaciones-, ni miles de periodistas en paro. A lo peor algún día desaparecen los periódicos porque, como dicen los que saben, lo que se lleva hoy es el barullo de Internet. Entonces más de uno caerá en la cuenta de que no es lo mismo tener un diario en las manos cada mañana con las noticias más relevantes del momento elaborado por profesionales, ya sea en papel o en soporte digital, que recurrir a un blog en el que un señor escribe lo que le apetece, como le apetece y cuando le apetece porque no está obligado a observar ninguna continuidad. Llegado ese momento, como digo, quizá adviertan muchos lo muy poquito que estaban pagando por un periódico en comparación, permítanme la odiosidad de las comparaciones, con lo que les costaba y sin duda les seguirá costando el café en el bareto de la esquina. Algo que se habría evitado, lo reitero, si desde siempre nos hubiésemos acostumbrado a pagar el justiprecio de un periódico.

Lo mismo cabe decir, por extensión de las subvenciones públicas. En concreto, dos de las que se discute estos días como crítica al casi recién estrenado ministro de Industria: las ayudas a las energías renovables y la reducción de tarifas del transporte aéreo.

Para la supresión de las primeras advierten los de siempre que se perderán muchos puestos de trabajo, pero vayamos por partes. El desarrollo de las energías renovables es importante y los empleos que generan las empresas dedicadas a ellas también. Razón de más para que se fomente su uso, pero no con mi dinero. A mí, en un sentido estrictamente egoísta, un aerogenerador en lo alto de un monte no me proporciona ni un euro. Al contrario: me estropea la visión del paisaje. Ya sé que cuenta la solidaridad. Por eso le pido a mis conciudadanos un poco de esa tan cacareada generosidad colectiva no ya para que deba pagar menos impuestos -todos terminamos acostumbrándonos a la calamidad-, sino para que no se empleen tan sectorialmente. Dicho de forma directa, para que las empresas dedicadas a las energías renovables inviertan por sí mismas lo que tienen que invertir y ganen los muchos millones que sin duda ganarán en el futuro; momento en el que no estarán por la labor de devolverle al erario ni un céntimo de las subvenciones recibidas. Lo que se da, no se quita.

Y lo mismo vale decir en relación con las tarifas aeroportuarias y otras ayudas. El sector turístico canario va muy bien. Mucho mejor, por cierto, de lo que reflejan las cifras de contratación de personal. ¿Por qué no se rascan un poco el bolsillo los hoteleros -y demás- y contribuyen a esas bonificaciones que tanto reclaman?