El tema de la basura ha sido siempre uno de los más recurridos por quienes nos dedicamos a colaborar en la prensa. Cuando nos falta la inspiración, cuando la actualidad no nos ofrece el suceso merecedor del comentario que suscite el interés del lector, pues hala, recurrimos a la basura y asunto resuelto. Tiene el tema tanta enjundia, tantos matices, que a poco de empezar a escribirlo el comentarista se encontrará con la mitad de la tarea hecha. No siendo sin embargo mi propósito en este momento acogerme a ese beneficio, me apresuro a tratar el que tengo in mente.

He abordado tantas veces el asunto de la limpieza pública que sin duda alguna voy a resultar reiterativo, pero una estancia en la llamada Costa del Sol me obliga a hacerlo. A nadie se le oculta que a Santa Cruz, la isla entera -aunque nuestros regidores quieran convencernos de lo contrario-, no se le puede aplicar el calificativo de limpia. Muy al contrario, centrándonos ahora en la isla, es preciso reconocer que las calles de sus pueblos y ciudades, las carreteras, incluso los lugares donde la basura debe depositarse, a menudo parecen estercoleros. En ese sentido siempre he dicho que los culpables de esa situación no son los servicios de limpieza sino los ciudadanos; sí, usted y yo. Por desgracia, a pesar de la campañas emprendidas por las diferentes administraciones, aún no estamos concienciados de lo importante que resulta para nuestra convivencia respetar el horario estipulado para depositar las bolsas en los contenedores, separar y diferenciar los restos, evitar las bolsas rotas, etc. A veces, y ruego que me excusen por la acusación, somos tan miserables que, si vemos una bolsa chorreante, nos limitamos a poner un periódico debajo y no a utilizar una bolsa nueva. Con esta mentalidad no resulta raro encontrar los contenedores llenos de bolsas, el pavimento pegajoso por los vertidos, el mal olor como elemento dominante -da la impresión de que es un signo, un aviso, de la existencia de un vertedero cercano- que demuestra con claridad la desidia ciudadana.

Lo expuesto en el párrafo anterior ha sido mi postura hasta el momento, pero me da la impresión de que voy a tener que cambiarla -o, al menos en parte, modificarla- tras esa visita que, como antes he dicho, he realizado a la Costa del Sol. Son muchos kilómetros de playas de rubia arena y aguas tranquilas, a cuya vera se han alzado innumerables urbanizaciones que han convertido a los pueblos que las jalonan en auténticas ciudades, algunas de las cuales mayores que Santa Cruz. Torremolinos, Benalmádena, Mijas, Fuengirola, Chalona, Marbella, San Pedro de Alcántara y otras de menor importancia son ahora un ejemplo de equilibrio urbanístico, superada ya la época signada por la escasa vigilancia que el sector inmobiliario impuso.

Pero volviendo al tema de este artículo, sorprende al visitante la limpieza que se observa en las poblaciones antes mencionadas. Las recorrí varias veces durante diez días y, pueden creerme, no vi una sola bolsa de basura en las calles, ni un contenedor lleno a rebosar, ni olores desagradables por sus aledaños, ni enjambres de moscas que indicaran su ubicación, etc. Sobre todo, algo que me impresionó, en los lugares destinados al efecto cerca de los hoteles, la limpieza resultaba insultante, conscientes quizá sus propietarios y directores de que sus clientes no tienen por qué ver esos lugares como si fuesen vertederos públicos.

Ante esto, la pregunta que me he planteado -cambiando, ya lo he dicho, mi perspectiva anterior- es la siguiente: ¿serán las empresas concesionarias del servicio de limpieza, no los ciudadanos, los verdaderos responsables de la suciedad que nos inunda? Pues si bien en el centro de las ciudades esta no se aprecia tanto, basta recorrer la periferia para darse cuenta de la gravedad del problema. Lógicamente, buscar la causa de que esto sea así resulta difícil, porque son muchos los elementos a tener en cuenta. Sin embargo, resulta al menos paradójico que las compañías que ejercen ese servicio en las Islas no lo realicen con la misma eficiencia que en la Península, pues en muchos casos son las mismas. Es posible que los importes de adjudicación sean aquí inferiores, pues no se exige una recogida más frecuente, o también que los vertederos centrales se encuentran tan alejados que no permiten una frecuencia mayor. Sea cuales sean las circunstancias en cuestión, lo cierto es que Santa Cruz ha perdido su "olor"'', aquel que ponderó Camilo José Cela cuando nos visitó hace ya algunos años. Y que quede claro que dicho olor no era el que proporciona una limpieza poco eficiente.