A veces, por no decir siempre, conviene reflexionar sobre lo que nos dicen los amigos. Meditaciones que en la mayoría de las ocasiones se nos presentan con la apariencia de frases hechas, aunque en realidad encierran en sí mismas cierta dosis de sabiduría. La primera de tales frases que me ha venido a la memoria hace unos minutos, justo antes de escribir este artículo, me la dijo alguien a quien entonces tenía por amigo y que ya no está entre nosotros. Según él, las iniciales S. A. puestas al final del nombre de una mercantil no significan sociedad anónima, sino "sin alma". Desconozco, pues obvié siempre preguntárselo debido a una cuestión de prudencia, si tal cosa se le había ocurrido a él o se la había oído decir a alguien, si bien ese es un aspecto secundario de la cuestión. Lo fundamental es preguntarnos si realmente las empresas carecen de alma en el sentido de que no son sino entes destinados a ganar dinero; a maximizar los beneficios, como dicen los expertos que saben del asunto y también los que no saben un carajo de nada, pero igualmente van por ahí impartiendo doctrina con la suficiencia de un catedrático. Una pregunta que, en cualquier caso, dejo sin respuesta, al menos en este escueto artículo, pues prefiero que la responda cada cual para sus adentros.

La segunda frase elocuente para definir la situación actual española, o en el peor de los casos adecuada para radiografiar algunas situaciones parciales de las que está formado el entramado general de este país, se la escuché a un interesante venezolano; un tipo que vino a Canarias hace unos años en busca de mejores horizontes pues barruntaba en lo que se convertiría su país bajo la batuta -o la bota- del Gorila, pero pronto se dio cuenta de que el futuro de estas Islas, y por añadidura del resto de España, sería aún peor apenas pasaran los años de una abundancia tan fácil como falsa. A la vista está que no se equivocó, como tampoco fue errada su decisión de regresar a Venezuela casi sin haber tenido tiempo de deshacer las maletas. No es esa premonición, sin embargo, lo que me aviva el recuerdo de las instructivas conversaciones que mantuvimos mientras estuvo por aquí, sino una frase igualmente referida a las empresas pero también aplicable, y de ahí su interés generalizado, a otras muchas asociaciones o agrupaciones que se dan en la vida civil, incluidos los partidos políticos. "Las empresas no agradecen favores ni guardan rencores", me dijo. "Puedes haber sido el mayor golfo, el más descarado estafador o el ladrón más avaricioso; puedes haberte enfrentado con el jefe o inclusive con el dueño. Si les haces falta, no solo no te despiden sino hasta te suben el sueldo. También puedes haber sido un empleado modélico; el día que no te necesiten, te vas a la calle".

De nuevo me pregunto, manteniendo la intención de no dar una respuesta tampoco en este caso, si esto es aplicable a todas las empresas y también, como señalaba unas líneas atrás, a los partidos políticos. Con respecto a las empresas sé que, al menos en un caso -me enteré el viernes- es cabalmente cierto; y con respecto a los partidos políticos, el hecho, por otra parte nada insólito, de que el mismo Rubalcaba de hace 20 años sea quien capitanee la modernización del PSOE lo dice todo por sí mismo.