Su apariencia no es la de estar demasiado bien dotados intelectual y/o moralmente. Otra cuestión es sospecharles segundas o terceras intenciones.

Son nuestros representantes políticos, aquellos que el viernes de la semana pasada dedicaron una jornada laboral completa, siete horas, a destripar una moción en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. El tema era la reprobación o no de la gestión municipal relacionada con el caso de corrupción en el "pelotazo" de Las Teresitas. No era necesario que entre ellos se montaran un circo retórico de medio pelo para culminar con la bochornosa votación en la que cada uno se hiciera su retrato. Fue una majadería absurda e inservible por cuanto la opinión pública, a pesar de las mordazas impuestas, ya reprobó fehacientemente la actuación municipal y la de los adláteres corruptos, a partir del levantamiento del secreto del sumario del caso Las Teresitas y del dictamen del TSJ sobre la irregularidad de una operación en la que, presuntamente, se prevaricó y se malversaron caudales públicos, dinero contado en millones de euros. La damnificada ciudadanía santacrucera sería la única voz legitimada para una reprobación ya expresada.

La soberanía popular no se delega en los políticos a través de las urnas, sino que es ahí donde se les contrata como garantes y servidores de los intereses ciudadanos. Son representantes del pueblo soberano, cuyos emolumentos proceden precisamente de la tributación popular. No tienen ningún derecho a encaramarse en sus poltronas ni a erigirse en padres de una patria que no les pertenece.

Pero frustrante y descorazonador es asistir a un intercambio dialéctico de muy baja estofa para defensa de posturas oficiales sobre un tema irrisorio, que atenta contra el sentido común de quienes, en esta tierra, en este momento, están, estamos, sufriendo las penosas consecuencias socioeconómicas de una deplorable gestión política. Y los responsables de la debacle, a la que asistimos asomados al precipicio sin barandilla, ¡hala!, a jugar al "pues y tú más". Una carencia ética que, al parecer, no les permite abordar la auténtica gravedad de los problemas que asolan este paisaje ciudadano, donde la pobreza se va enseñoreando palmo a palmo de todo el territorio.

Los movimientos cívicos, en forma de asociaciones que se agrupan en plataformas, surgen como necesidad de compensar y corregir los defectos de gestión administrativa y la eventual dejación de funciones de los supuestos responsables, que no saben resolver tal problema y hay que ayudarles a "hacer los deberes". O, en su caso, ejercer la presión suficiente para enmendar una mediocridad que, para colmo, rechaza de plano este tipo de "injerencias" que incomodan a sus intereses políticos, que nunca coinciden con los de las personas normales.

La indignación popular no cabe en este pequeño espacio. Sería necesario el volumen del Pleno dedicado el pasado viernes donde se jugaba a ver quién era amigo o no del ínclito señor Zerolo. ¡Vaya tela!

Carlos Castañosa

Españoles: os quedaréis sin Canarias

No presumo de futurólogo, solo lo he sido en el teatro. Pero "lo que está a la vista no merita espejuelos". Más tarde o más temprano, de una manera o de otra, los españoles perderán Canarias; sí, amigos españoles, la "perderéis". No quiero decir que Canarias dejará de existir; seguirá existiendo con otra dimensión, de otra manera, de otra forma diferente, otra "administración". Puede que yo no lo vea, pero mis nietos, mis bisnietos, sí lo verán. Será lamentable que Canarias se fuera de mala manera, rompiendo con España o, lo que es peor, "cambiando a cambio de nada".

Lo ideal: Canarias, su cultura española, la que, aunque queramos, no la podemos cambiar. Se siga una línea de cooperación y sintonía total. Que cambie la "dependencia", sin cambiar lo esencial para que no haya una ruptura que pueda desequilibrar, perjudicar, enfrentar. Dejar lo actual, cambiando lo estrictamente imprescindible; para que seamos autóctonos de verdad, sin cortapisas ni recelos de ninguna índole.

Después de que el derecho histórico quede restablecido, a vivir con las consiguientes penas y glorias, como cualquier otro país del planeta.

J.M. La Serna