EL HECHO de que el Partido Socialista Obrero y Español, o sea, el de las tres mentiras, haya tenido que elegir en su último congreso entre lo malo y lo peor demuestra a las claras que los socialistas han renunciado definitivamente al debate de las ideas y, por extensión, a la revisión de la culpabilidad colectiva de su actual fracaso ideológico, así como tampoco se han detenido ni un minuto en averiguar dónde han fallado en la gestión de los siete años de calvario a los que nos han sometido al resto de la sociedad española.

Por el contrario, se han dedicado a su particular lucha intestina por averiguar quién o quiénes siguen ostentando el poder, para al final escoger de cara al futuro un pasado siniestro cargado de gales, filesas, faisanes y eres; olvidándose por completo de la España malherida y convulsa, desangelada y desesperanzada que han legado a un gobierno que actualmente hace lo que puede -aunque creo que aún no lo suficiente- por devolver la primacía de lo cívico a una sociedad acostumbrada a estar sometida por una izquierda indiferente a todo lo relacionado con la cohesión nacional, y que impone su particular y sectario discurso del progresismo relativista y del buenismo placentero que ha edulcorado hasta la propia esencia de la democracia.

La prueba de cuanto digo la tenemos en el hecho de que este gobierno salido de las urnas y con una mayoría absoluta no ha sido capaz de desprenderse de la "obligatoriedad" que la sociedad española tiene de mantener con sus impuestos a los partidos políticos, a la patronal y a los sindicatos. Si en una situación normal de la economía esto constituye una afrenta con respecto a las demás instituciones, sociedades o colectivos que pululan por el territorio nacional, en la actual situación económica en la que nos encontramos, donde los más débiles de la sociedad han sido obligados a recortar y congelar sus sueldos, pensiones o ayudas y/o subvenciones, es totalmente intolerable, inasumible, injusto e inmoral que se siga poniendo ni un euro para tal fin. Que se mantengan, si pueden, con las cuotas de sus simpatizantes y afiliados.

De todas formas, el principal problema que tiene ahora mismo España no es simplemente económico ni institucional, ni siquiera moral, que también, sino esencialmente es un problema cultural e intelectual. Una situación hija de la propia decadencia de una sociedad que no ha sabido defender su propia historia, su pasado, sus principios y sus valores; y que, por el contrario, se ha dejado mecer por la mano del relativismo racional, moral e ideológico, y así no ha tenido inconveniente de echarse a dormir, cayendo en el placenteramente sueño del engaño ideológico del todo vale por conseguir cualquier objetivo, aunque ello le conduzca a olvidarse de que dicha actitud y conducta siempre termina erosionando la propia razón.

Es hora de hacer política con mayúsculas. De devolver a los ciudadanos su verdadero protagonismo. Es hora de un cambio de rumbo; si se prefiere, de construir entre todos una nueva España; de hacer un nuevo discurso moral que nos insufle el deseo y la necesidad del trabajo bien hecho, del esfuerzo, el sacrificio y la excelencia; pero también en el que se hable de la defensa de determinados valores sociales y personales como la lealtad y la honradez en el servicio a la colectividad. Es necesario, pues, tener claros determinados asuntos relacionados no solo con la separación de poderes y con el respeto escrupuloso por la justicia; además, es vital aclarar asuntos relacionados con la defensa de la vida -principalmente el aborto y la eutanasia-, el estudio y el respeto de nuestra historia, de nuestras tradiciones y de nuestra cultura.

En definitiva, debemos apostar por crear una sociedad donde tengan cabida todas las ideas, siempre y cuando estas no se impongan a nadie, aunque, como es obvio, se ha de respetar y preservar el deseo de las mayorías. Una sociedad donde todo proyecto político se fundamente y se asiente en el respeto a la historia, porque, al final, lo que queramos ser en un futuro depende y mucho de lo que entendamos y creamos que hemos sido en el pasado; esto es importante, porque, finalmente, nos jugamos la propia vertebración de la nación española.

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