ALGO tan sencillo como extraer dinero de un cajero automático, operar con tarjetas de débito o de crédito, o efectuar una compra mediante pago aplazado, ya sea de tipo hipotecario, ya sea de tipo particular, suele reportar gastos adicionales que si bien pasan desapercibidos en un momento concreto suelen abultarse a final de año. En determinadas circunstancias, si no se es lo suficientemente precavido o sensato, puede acarrear un disgusto, y hay bastantes casos documentados al respecto.

Mi recordada madre solía recordarme siempre que "regalado murió hace años", cuando trataba de explicar que nadie suele dar a cambio de nada, salvo contadas y nobles excepciones, y bien es cierto que nadie da duros a cuatro pesetas, aunque, aparentemente, muchas entidades financieras o comerciales pretendan hacer ver a la gente en sus campañas publicitarias lo contrario y no escatiman esfuerzos y recursos en ofrecer, legítimamente, sus productos. Otra cosa es que no nos percatemos del abismo que media entre los intereses que perciben y ofrecen los bancos y cajas de ahorros, o en la comparativa entre el precio del dinero que se paga con respecto a la tasa de interés actual del uno por ciento del Banco Central Europeo y el que se abona por la compra ante entidades bancarias; y no digamos el costo que se devenga por la prestación de servicios financieros desde la domiciliación de recibos hasta la tenencia de cuenta corriente a la vista, libretas de ahorro, tarjetas de crédito...

Y dejando claro que soy un profano en estos asuntos, sí me llama la atención como cliente de entidades de crédito, o rara vez de comercios a pago aplazado, la distancia que hay entre los tipos de interés del Banco Central Europeo y la famosa Tasa Anual Equivalente (TAE), que, por cierto, hay veces que si uno no se fija convenientemente puede levantarnos los pies del suelo de un susto, y es que persistimos en no leer atentamente, primero, los contratos que se nos ponen sobre la mesa y, segundo, la consabida letra pequeña. Una tasa que, en muchos casos, sobrepasa los índices de la usura, por encima del 20%, si no me equivoco.

Las comisiones que se pagan por extraer dinero en cajeros ajenos a la entidad contratante suelen rayar el escándalo. Resulta llamativo que se tenga que pagar por recuperar parte de los ahorros o depósitos, pero, claro, los servicios hay que pagarlos, y de hecho, aunque sea paradójico, ser cliente de un banco cuesta dinero, aunque este sea la razón de ser de la existencia de toda entidad financiera. No digamos de las teleofertas en las que parece que nos regalan el paraíso o el dinero. Eso de compre ahora y empiece a pagarlo dentro de seis meses y sin intereses, por citar un ejemplo, en las circunstancias que nos hallamos a día de hoy, entraña sus riesgos para el que vende y para el que adquiere. Nada es eterno, y mucho menos las ventajas que se nos ofrecen a diario, verbigracia, las famosas tarifas rebajadas en telefonía móvil o fija. Eso de para siempre me suena a cuento chino, pero de pago, claro está.

En tiempos de crisis, al loro con los encantadores de serpientes y vendedores de gangas.