A BUENAS horas se entera el ministro de Educación, Cultura y Deporte de que España tiene un problema con el dopaje. Esto viene de viejo, señor Wert. No obstante, a don José Ignacio cabe aplicarle la circunstancia atenuante de que no lleva mucho tiempo en el Gobierno. Un paliativo al que debemos añadir su valentía de reconocer la gravedad de la situación, algo inusual en un político, precisamente en medio de la "patriótica" polémica suscitada por la condena de Contador.

La sentencia contra Baltasar Garzón por las escuchas ilegales ha dividido al país en dos bandos: el de aquellos que la consideran una venganza del franquismo durmiente, o el fascismo irredento, y el de quienes piensan que el otrora juez estrella prevaricó y recibió el correspondiente castigo. En el caso del mencionado ciclista, en cambio, la postura nacional ha sido unánime: todos somos Alberto Contador. Un deportista que puede jactarse de que lo hayan defendido políticos ideológicamente tan dispares como Rodríguez Zapatero y Esperanza Aguirre. Enternecedor si no fuese por el detalle, en absoluto trivial, de que el señor Contador nunca ha explicado convincentemente por qué apareció una sustancia prohibida en su organismo. No lo explicó pero lo intentó: dijo que se había comido un filete contaminado que el cocinero de su equipo compró en España. Un país, dicho sea de paso, que no está entre los señalados por este problema en los informes de las organizaciones sanitarias internacionales. Da igual. Con tal de salvarme yo, ¿importa mucho emponzoñar la reputación de los demás? Y aquí todos aplaudiendo inclusive con las orejas. Qué infelices.

Nada más lejos de mi intención quitarle hierro a la canallesca broma de una televisión gabacha. El hecho de que España tenga un problema de dopaje, que lo tiene al margen de que ahora lo admita abiertamente un ministro, no significa que todos los deportistas españoles sean tramposos. La inmensa mayoría triunfa sin necesidad de pasar por una farmacia después de haber visitado la consulta del doctor Fuentes. Por mucho que esta deplorable burla se quiera presentar como una broma, se trata de un ataque malintencionado e injusto contra el deporte hispano. Una muestra más del afecto y la estima que sienten los franchutes por sus vecinos del sur de los Pirineos, aunque a la izquierda española, mema y decimonónica por naturaleza, se le siga cayendo la baba ante todo lo que venga de París, ya sean niños colgados del pico de una cigüeña o monsergas doctrinales.

Una infamia que, pese a su villanía, no puede ocultar una realidad frente a la que llevamos mucho tiempo mirando para otro lado. La propia Francia, Italia, Alemania y otros países europeos, e incluso de otros continentes, han afrontado seriamente el problema del dopaje y con éxito. Basta observar, por ejemplo, como se ha reducido la velocidad media a la que se corren las etapas del Tour desde 2004, año en el que se intensificaron los controles. Aquí seguimos igual, si bien parece que por fin alguien va a coger al toro por los cuernos. En cualquier caso, sobra esa modificación de la ley -¿para endurecerla?- anunciada por Wert; basta con aplicar como es debido la legislación que ya existe.