FUI CARNAVALERO entusiasta cuando el Gobierno que presidía, tras el golpe militar del 18 de julio de 1936, seguido de guerra civil, el general Francisco Franco, el cual declaró una dictadura que duró toda una época de la historia de España. Este tiempo, en el que hubo cosas buenas y cosas malas, que es lo que ocurre en una contienda de esa clase, fue suavizándose tras la paz recuperada en 1939, cuando comenzaron a levantarse las prohibiciones, que eran muchas y afectaban no solo a los que fueron contendientes en los dos bandos, sino a los que no lucharon en los frentes pero sí se pronunciaron por una y otra parte sin intervenir en los combates.

Supe mucho de esa época, que viví intensamente en el bando nacional, además como partícipe, porque desde que era niño fui afiliado, cuando contaba solo 11 años de edad, a las primeramente llamadas Organizaciones Juveniles de Falange Española y luego Frente de Juventudes, desde donde pasé a militante activo de la Falange, tras ostentar varios puestos de mando en el Frente de Juventudes y pasar a militante de F.E. de las JONS, de cuyo Consejo Provincial en Tenerife fui también miembro y jefe de prensa y radio, hasta llegar al régimen democrático.

Dije que viví intensamente desde dentro esa época porque desde que formé parte del Frente de Juventudes hice varios viajes a la Península, uno de ellos para asistir a los primeros cursos nacionales de jefes de centuria, en el campamento de El Escorial, donde pude conocer personalmente al general Franco cuando pasó revista a los alumnos del curso, cargo que ejercí en las Falanges Juveniles del Frente de Juventudes, donde mandé la centuria "29 de Octubre", que es la fecha fundacional de F.E. por José Antonio Primo de Rivera, a quien no pude conocer porque fue fusilado por el bando republicano poco después del 18 de Julio, pero sí conocí a otros destacados falangistas que trabajaron con el fundador.

Y todo este preámbulo viene a cuento para contar aquellos años que viví tras el 18 de Julio hasta el final de la guerra y los cambios camino de la actual democracia, a la que todos los españoles llegamos cuando el franquismo, ya sin guerra, comenzó a borrar del mapa las prohibiciones, entre ellas, el Carnaval, hasta entonces rigurosamente prohibido, y hasta eran arrestados y sancionados los que quisieron violar las normas existentes en los días de Carnaval, cosa que ocurrió, particularmente en Tenerife.

Pero todo el mundo sabe que los Carnavales en Canarias tuvieron dos valedores: el muy querido e inolvidable obispo de la Diócesis nivariense don Domingo Pérez Cáceres, quien quiso premiar a los tinerfeños, seguro de su buen comportamiento, con su confianza, y el gobernador civil, quien hizo la vista gorda, imitando al prelado, y se dice que previa autorización de este.

Comenzaron así los Carnavales, a los que, por gestiones personales del delegado provincial de Información y Turismo, el malogrado y buen amigo Opelio Rodríguez Peña, se autorizaron por el Gobierno con el nombre de Fiestas de Invierno.

En Las Palmas, los Carnavales fueron una copia de los tinerfeños, aprovechando la autorización gubernamental. Solo eso, aunque ahora presuman de que fueron cosa suya.