EN PLENA resaca carnavalera, cuando aún queda lo mejor de la fiesta y sin saber ni a qué hora ni con quién me acuesto -no tengo espacio para explicarlo, aunque no es lo que ustedes se imaginan-, me pongo a reflexionar en plan masoquista sobre la reforma laboral.

En la plaza del Chicharro, arrinconado, rebuscando en el bolsillo y dándole vueltas en una banqueta a lo de la flexinseguridad, se me viene a la cabeza un símil: hemos estado en un restaurante un montón de tiempo comiendo y bebiendo, lo mejorcito y abundantemente, postre, café, copa y puro. Por supuesto que algunos se pusieron las botas y otros ni tuvieron ocasión de pillar cacho, pero ahora nos traen la cuenta conjunta: desequilibrio, abaratamiento del despido, precarización, bajada de sueldos, desvalorización... y hay que pagarla.

Bajo mi punto de vista, alguna reforma laboral de este tipo, completa y agresiva como dicen los populares, o que instaura el despido libre y gratuito, como mantienen los sindicatos, había que hacerla y probablemente dentro de unos años habrá que reforzarla. Partíamos de una práctica, legislación y jurisprudencia que a todas luces disparaba el pánico empresarial para contratar empleados. ¡Ni loco!, antes la muerte. Los 5,3 millones de parados, en incremento, y la realidad del mundo enfrascado en la mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial pedían a gritos una reforma ambiciosa. Otra pieza más que no va a solucionar el paro ya, aunque, por un lado, es lo que reclamaba la ortodoxia que impera en el Occidente rico del cual dependemos y, por otro, la cifra de parados y las burradas cometidas anteriormente nos lo imponían.

¿Solo hay que pagar la cuenta? No, los platos rotos también. Esta segunda expresión se usa cuando algún pringado, alma de Dios, subalterno o mandado, debe asumir una responsabilidad, voluntariamente o no, frente a alguna irregularidad cometida por su antecesor, jefe o superior. Si es voluntaria, en la administración pública se le suele compensar dándole otro cargo en otro servicio o una embajada, incluso ofreciéndole la opción de ser candidato.

Es fundamental grabar en nuestro disco duro que si no queremos tambalearnos tan jodidos como en Grecia tenemos que atender la facturita, la dolorosa, pagar los platos rotos, comiéndonos por añadidura el marrón de una gestión pública que en muchos casos ha sido nefasta. Vamos a purgar mayoritariamente las culpas de lo que se merendaron los manjares endiosados. El término de marrón es una metonimia: una cosa concatenada con otra que por pudor no se menciona. En este caso, una mierda. Y se entiende como comerse lo que no podemos mencionar.

Yo lo voy a hacer en la parte que me corresponde, cubrir la cuenta del sufrimiento que me toca y además pagar los platos rotos de la brutal desvalorización conjunta que hemos encajado en este tiempo, comiéndonos el marrón del empequeñecimiento del Estado del bienestar. Ahora bien, que lo sepan, cabreado como un chino. Sin romper nada, pero esperando la caidita de la hoja.

Los europeos, entre los que en teoría estamos encuadrados como ultraperiferia, no están haciendo lo que han hecho en Estados Unidos, Reino Unido o Japón. A los que les corresponde eluden su obligación. Van al puro egoísmo; querían el club para adquirir músculo pero no están dispuestos a comprometerse en alimentar el tejido, perjudicando a la periferia, que sí es periferia de periferia, ultraperjudicándola.

Añadir algo de lo que estoy convencido: así no se hace una Unión de nada. Alemania está tensando tanto la cuerda en su beneficio que dudo mucho que a los demás nos interese seguir su ritmo. Nosotros, en Canarias, es que vamos a peor y mucho más rápido; es constatable y medible. Una de las Comunidades más dañadas en el corto plazo por la reforma laboral. Según ANC, "si tenemos en cuenta que es en 2011 cuando se han agudizado los efectos de la crisis financiera capitalista en nuestro archipiélago, en este momento podríamos estar hablando de que en Canarias, un país que genera más de diez mil millones de euros tan solo en la actividad turística, habría alrededor de 900.000 pobres entre los que aumenta dramáticamente la pobreza severa o extrema" (canarios que viven con menos de 3.500 euros al año).

Pagaré la cuenta, los platos rotos y me comeré el marrón sin rechistar, pero si puedo me mando a mudar.

¡Camarero!, por favor...

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