1.- Al mago siempre le ha gustado un rapsoda en las fiestas de arte. No entiende lo que dice, pero eso le da igual. Sobre todo a la maga; con más falsas inquietudes poéticas que su esposo, celebra mucho la actuación del recitador, y más cuando es una poesía "de madre". Quiero decir, sentimental, con amplia presencia en ella del cariño materno y esas cosas tan perturbadoras y lacrimógenas. Ahora que he vuelto a escribir sobre el mago me vienen a la memoria aquellas actuaciones de un rapsoda llamado , de quien no sé el destino, que emocionaba mucho a los espectadores en todos los pueblos en los que trabajaba. No sé por qué se perdió la costumbre de entronizar al rapsoda en las fiestas locales, pues llenaba mucho los espectáculos. Y eso aunque algunos brutos se fueran a la barra a libar, en vez de permanecer sentados, junto al concuño, la mujer y la suegra, escuchando la emocionada disertación del protagonista. Pero desde su apalancamiento en el bar, el mago tampoco pierde detalle del patio de butacas, sobre todo para vigilar al concuño, que suele ser más bruto que él, por si confianzudea con su mujer. El mago se las sabe todas, porque él también tiene las manos largas con la mujer del otro.

2.- Las fiestas de arte de esas medianías son de lo más curiosas. Yo he sido mantenedor de alguna, aunque ahora no acepto sino encargos de alcaldes de ayuntamientos serios y no de presidentes de las fiestas de pagos incontrolados, donde te puede caer un tomatazo. Uno va evolucionando y se va cotizando más alto cada día. Todo esto es mentira, porque no se cobra nada como mantenedor, palabra que da miedo pronunciar porque parece que uno va a tener que largar el discurso, ininteligible para la estimada concurrencia, y pagar el ágape; y no es de recibo con la que está cayendo. A lo mejor no me han querido admitir en la Academia Canaria (de la Lengua) por mi condición de atribulado mantenedor en el circuito rural. Ay.

3.- Puede que, si me hago rapsoda, recite en esos altos un bello soneto que me brinda mi amigo don García, dedicado al mago, y que dice así: "Por mucho que la gente me critique, / desde que la almorrana me molesta / llevo larga la uña del meñique / que otros servicios más también me presta. / Con ella saco cera del oído / y evito que se formen los tapones, / me despego algún moco endurecido / y me rasco a mi gusto los cojones. / Después de utilizarla, normalmente, / dejándola brillante y amarilla, / elimino los restos pulcramente. / Si me olvido del pañuelo, y es frecuente, / limpiarla es para mí cosa sencilla, / que siempre he sido yo de muy buen diente". Bueno, pues ya lo ven, que no va a vivir uno, por los siglos de los siglos, de las poesías de la madre y eso. Dedicado a los ilustres miembros de la Academia, a don Paulino Rivero y a todos ustedes, desocupados lectores.

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