EN EL CÓNCLAVE del PP la euforia fue determinante; las sonrisas y hasta las risas iban de oreja a oreja. Nunca se han visto tan poderosos y, a la vez, qué poco poder tienen en las cuestiones fundamentales de la economía, aunque se desgañitaran en decir que con este gobierno las cosas irán mejor porque tienen las claves para que esto sea así. Ante esto lo único que se pueda desear desde fuera es que tengan razón y, sobre todo, suerte, que la van a necesitar, y mucho.

En la política, tal como está concebida en la actualidad, las tomas de decisión están transfrontera y en realidad no las manejan en toda su amplitud los gobiernos en este momento de incertidumbre creada por situaciones incontroladas y a instancias que a veces están cubiertas con un manto fantasmagórico; seguirán así y por mucho tiempo. El control que se pueda hacer en un determinado territorio como es el Estado español está en que se tenga suerte, que los demás vayan bien para que los de aquí sigan ese camino. Porque si fuera al contrario -como es-, por mucho énfasis que se ponga en los discursos y las prosopopeyas sean apabullantes en el intento hasta del autoconvencimiento, poco se hará no siendo acudir a la lamentación, escabullirse, y cuando se dé la cara decir que no pudo ser pese a todos los esfuerzos que se prodigaron.

Tener poder en estos momentos de la historia del capitalismo, cuando este está tocando a la puerta de su finiquitud y poniendo en liza recetas que no cuadran, y no porque no se tengan sanas intenciones, sino porque no se sabe a ciencia cierta dónde hay que aplicarlas, y en eso se está y ya va para largo, dando palos de ciego aunque se intenten modificar los comportamientos del mercado con reformas y sacrificios, que generalmente en esta época en que empieza una nueva era que no conocemos en toda su extensión lo que queda es el sacrificio y más tarde la frustración.

Tener todo el poder, como lo tiene el PP, del que hace gala insistentemente con un engolamiento muy mal disimulado, es ir por el camino de un compromiso político a trompicones, a salto de mata, sin saber dónde hay que poner los puentes de mando, porque el barco, sin rumbo, se mueve de un lado para otro y van quedando solo la retórica, las buenas palabras, ya que recurrir a los sentimientos no es operativo, porque la política se mueve con audacia y con una estrategia propia, pero cuando apenas se tiene audacia y la estrategia la mueven otros las posibilidades van enseñando su cara más demacrada y enferma, camino de la extinción.

Todo está bien aunque se continúe mal y los barruntos hagan predecir que todo se quedará en el deseo de ir elaborando un canto a la imposibilidad, y donde las peroratas serán contestadas en las calles por todos aquellos que, engañados, se llegaron a creer las palabras y que iban a estar en el mejor de los mundos.

Tener todo el poder con cinco millones de parados, con un crecimiento de la riqueza que entra en números negativos, con un poder adquisitivo por los que pueden comprar devaluado, con unas empresas que se cierran, con unos bancos enrocados en sí mismos y donde sus altos dirigentes y consejeros siguen también muertos de risa y forrados; tener todo el poder cuando no se puede hacer nada para demostrarlo es una de las paradojas más desgarradoras que se pueden dar y el peor de los tragos por los que podrá pasar un gobierno para el que todo está bien, y que se conseguirá el buen camino del esplendor y la riqueza aunque se continúe mal.

Tener todo el poder cuando este apenas sirve, salvo para los escenarios de la representación, es lo más desolador que puede tener un gobierno, que aunque diga lo que diga sabe que pocos recursos tiene en la mano para enderezar el entuerto.