Yo creo que las segundas partes nunca han sido buenas, pero intentaré que sea digna de tan singular personaje, don José Luis, cura párroco de Santiago del Teide durante más de veinticinco años. Antes que nada, quiero darle las gracias a don José M. Segovia Cabrera, que, desde Madrid, responde a mi anterior carta, y le diré que cuando uno habla de una buena persona entregada al servicio de los demás brotan las palabras de forma espontánea y, probablemente, aunque se hable de una persona singular, se está recordando a tantas personas anónimas que, movidas o no por la fe, entregan su vida al servicio de los demás y pasan desapercibidas por esta sociedad del consumo. Lo único que quisiera rectificarle es que yo nunca he sido seguidor de nuestro humilde párroco; solo he sido un sencillo observador de un torbellino que ha pasado cerca de mí, y cuando el escritor Italiano Giovanni Guareschi, en la década de los 50, escribió su genial obra "Don Camilo", estaba retratando la vida en la Italia de posguerra de un sencillo párroco que entregaba su vida al servicio de su comunidad y un alcalde comunista, el honorable Pepone, y el obispo.

En esta rueda de la vida da la sensación de que las historias se repiten una y otra vez en distintos escenarios, y nuestro querido don Camilo de Santiago del Teide también tuvo su honorable Pepone y su obispo, pero qué pena que no sean tan benignos como el de la genial obra.

Don Camilo era trasladado de su pueblo a una humilde parroquia y luego el obispo lo retornaba a su querido pueblito, pero hay que ser muy humilde para reconocer errores, y creo que, por desgracia, la superioridad de nuestro don Camilo canario carece de esa virtud. Como un "flash back" de una película en blanco y negro, recuerdo aquel precioso día en que nuestro querido párroco, después de buscar mucho en los archivos, encontró el origen de la devoción a Nuestra Señora del Rosario, y un frío mes de febrero la quiso llevar a aquel olvidado lugar, con una treintena de feligreses.

Yo ya hace tiempo que no lo veo, pero me imagino que en el silencio de su sacristía, en el Puerto de la Cruz, echa de menos su querido pueblito. Al igual que su madre, espero que algún día pueda volver, pero, bueno, la historia de vivir continúa y ahora les toca a ustedes buscarlo en una humilde parroquia con su genial coro y su excepcional cantante.

Jesús Alberto Reyes C.

Doña Ana y la metrópoli

¿Qué pinta la Sra. Oramas en Madrid, ya que ni siquiera ha sido capaz de defender las obras de la Catedral de La Laguna? Y eso que fue su alcaldesa.

Por las últimas noticias del periódico EL DÍA, dadas por don Antonio Alarcó, el convenio que se había firmado con el Gobierno de Zapatero su ministro de Hacienda lo retiró y no lo incluyó en los Presupuestos Generales.

Con todos mis respetos para doña Ana, que es tan diligente en televisión: ¿cómo no ha sido capaz de luchar en Madrid, como parlamentaria que es, para sacar adelante las obras de la catedral? ¿O es que se dejó engañar por el inefable Zapatero?

No me explico que siendo lagunera y viniendo de una familia de empresarios y políticos de renombre, como su tío don Leoncio, que fue alcalde de Santa Cruz de Tenerife, no sepa defender los intereses de su tierra. Tome buena nota de lo que está luchando don José Rodríguez Ramírez desde el periódico EL DÍA, dejándose poco menos que la piel por conseguir la libertad para Canarias, que es lo más importante para el desarrollo y futuro de un pueblo. Y sin embargo usted, doña Ana, no ha sabido valorar desde Madrid esta tremenda lucha que desde el periódico EL DÍA hace su editor y director.

Doña Ana, rectificar es de sabios. Sea valiente y demuestre la casta de donde viene, pues no va a perder prenda. Todo lo contrario, si apoya desde Madrid la libertad que Canarias como pueblo libre se merece, ganará en estima y agradecimiento de toda su gente. Es más, estoy seguro de que desde el fondo de su ser como tinerfeña usted reconoce el ideal que mueve a don José en su lucha por el pueblo canario en conseguir su libertad e independencia. Y, por favor, no le juzgue de forma tan arbitraria. A mí me parece que el fallo en usted es que antepone la política de partido a sus sentimientos como tinerfeña. Y no olvide que la política pasa pero la persona queda en el recuerdo como ejemplo de sus acciones humanas. No lo dude, doña Ana.

Juan de la Rosa González