HACE cosa de un mes o mes y medio que los medios de difusión de esta isla dieron cuenta de que el Casino Taoro, instalado en el que fue legendario hotel del mismo nombre, en el Puerto de la Cruz, hoy fuera de servicio como establecimiento de hostelería, había perdido una considerable cantidad de dinero en su actividad como casino de juego, cuando, precisamente, la razón de ser de un casino es lo contrario, o sea, ganar dinero de los que acuden a jugar. Como no se menciona como causa de las pérdidas la desasistencia de jugadores, hay que llegar a la conclusión de que se trata de una inadecuada administración, porque, que se sepa, el establecimiento no había tenido pérdidas importantes en los años que estuvo funcionando.

Cuando supe la noticia, publiqué en esta columna un comentario en que recordaba que, tiempo atrás, cuando las autoridades responsables del casino lo trasladaron al Parque Marítimo, no me parecía acertado trasladar un casino a un lugar tan transitado como la portuense avenida de Colón, por donde tanta gente pasa, cuando, por lo menos, el acceso a un lugar donde se juega dinero debería situarse en un sitio aislado y menos concurrido, como es el edificio del Taoro.

Pero no pensaron lo mismo ni los responsables directos ni el Cabildo Insular, y sigo creyendo que el cambio de sitio pudo haber influido en el número de asistentes al casino cuando se cambió de lugar.

Ahora la situación es distinta, y si faltan fondos para que la gente vaya a jugar y ganar, el Cabildo es el que tiene la obligación de aportarlos si quiere que el casino siga funcionando. Y en cuanto a esperanzas de que mejore la situación, estamos en tiempos de crisis y de recortes en los medios públicos, por lo que, a la postre, no quedará más remedio que el cierre.

Ahora, sin que se sepa que el problema del casino haya quedado resuelto, la prensa nacional, como el periódico ABC, hace mención de empresas del Cabildo de Tenerife que han quebrado o que están a punto de hacerlo. Estas empresas gestionadas por el Cabildo abarcan desde las puramente turísticas hasta otras como el campo de golf de Buenavista, y tales sociedades no tienen más solución que el cierre o la reflotación, que es imposible en las circunstancias actuales de crisis y recortes, con los hospitales sin funcionar, las farmacias sin cobrar y otras cuestiones de diversa importancia, y mientras espera el milagro, el presidente de la corporación, Ricardo Melchior, se arriesga a comprar el ordenador más grande del mundo. ¿Con qué lo va a pagar si no tiene con qué adquirir el instrumental y equipo sanitario del Hospital del Norte, tiene paradas las obras del Hospital del Sur y no ve ni la luz de una cerilla encendida al final del largo y oscuro túnel en el que están metidos él y su Cabildo Insular, compartido con el inútil, derrotado y, prácticamente, hundido Partido Socialista, para acabar de hacer peor el desesperanzado panorama?